EL HOMBRE ALMOHADA | Crítica de teatro

El teatro imprescindible

Ricardo Gómez y Belén Cuesta, magníficos, en un momento de 'El hombre almohada'

Ricardo Gómez y Belén Cuesta, magníficos, en un momento de 'El hombre almohada' / Elena C. Graiño

Estamos ante un espectáculo fabuloso. El texto de Martin McDonagh destila sabiduría teatral y en él es capaz de aunar los malos tratos a la infancia, reflexiones metaliterarias sobre la creación, la tortura en un país totalitario y la maravillosa relación entre dos hermanos que se protegen.

El hombre almohada fue escrita en 2003 por el anglo-irlandés McDonagh y desde entonces no ha dejado de recibir reconocimientos. Su autor, que también se prodiga en el cine con excelentes resultados (ganó el Oscar por el cortometraje Six Shooter y es el responsable de la fantástica Tres anuncios en las afueras, interpretada por Frances McDormand), confiesa estar más cerca de Tarantino y de Pinter que de Shakespeare. Domina el humor negro y construye comedias siniestras que algunos acusan de demasiado efectismo y mucho interés en acogotar al espectador con sus oscuros planteamientos que, desgraciadamente, las noticias de los periódicos se dedican a refrendar cada día, con más sordidez si cabe.

David Serrano, hombre todoterreno del teatro español, ha cambiado el sexo de dos de sus protagonistas (en el original todos los papeles son masculinos) y le da la oportunidad a Belén Rueda y a Manuela Paso de que se hagan cargo, la primera, de la autora de los cuentos que es detenida y, la segunda, de una inspectora de policía. El director se ha sabido reunir de un póquer de ases tanto en el aspecto interpretativo como en los técnicos. La escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, destartalada en la parte inferior se sobredimensiona en la proyección del techo que simboliza una especie de búnker y que te mete de lleno en la recreación de unas dependencias de una hipotética Stasi (policía secreta) de un país tras el telón de acero y totalitario. Juan Gómez Cornejo no se equivoca nunca y su luz se amolda a los distintos estados de ánimo y recreaciones que engloba la obra. La música y el espacio sonoro de Luis Miguel Cobo están en perfecta consonancia con este relato entre los perversos hermanos Grimm y las comedias de Tim Burton.

Una escritora de cuentos que refleja, una y otra vez, crímenes de niños, con espantosas descripciones y maltratos, Belén Cuesta, es arrestada y llevada a comisaría. Ella no sabe por qué ha sido detenida. Cree que por problemas políticos. La realidad es que varios niños y niñas han sido asesinados y el ‘modus operandi’ de estos crímenes coinciden, de manera literal, con los argumentos de sus escritos.

Comienza aquí una vorágine, en la que David Serrano se toma su tiempo (dos horas y media) para desentrañar toda una trama que afecta a la escritora, a su hermano discapacitado y a los dos policías.

McDonagh se limita (es una expresión) a describir el horror, a transformarlo en literatura (se recrean en escena dos cuentos en los que los niños son las víctimas). Poco a poco vamos descubriendo que la realidad supera la ficción. Mientras, Belén Cuesta, Ricardo Gómez, Juan Codina y Manuela Paso dan una lección de interpretación magnífica.

Es una obra profunda, dura, durísima, en la que Martin McDonagh deja claro que todo lo que se le infiera a un niño o a una niña los marcará para el resto de sus vidas. Al mismo tiempo, el personaje que interpreta de manera sobresaliente Belén Cuesta, defiende, hasta llegar al sacrificio, su trabajo creativo entrando en disquisiciones sobre si la obra literaria está o no por encima de su autor. A pesar de todo lo dicho, la obra no carece de humor, de hecho, está planteada como una comedia negra en la que se alternan a partes iguales lo macabro con el escape de la carcajada (nerviosa, eso sí).

El título de la obra responde a uno de los cuentos que se narran en la pieza. Una deliciosa y cruel metáfora de cómo enfrentarse al crimen execrable de violentar a los niños.

Anoche hubo una sensación embriagadora en la salida del teatro Lope de Vega, el público, después de aplaudir en pie, comentaba sin descanso, entre sorprendidos y asustados, pero sobre todo, agradecidos.

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