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HEDDA GABLER | CRÍTICA DE TEATRO

El tedio se hace carne

Una fotografía promocional de la adaptación de la ‘Hedda Gabler’ de Ibsen que firma Álex Rigola.

Una fotografía promocional de la adaptación de la ‘Hedda Gabler’ de Ibsen que firma Álex Rigola. / silvia poch

Ya es oficial. Àlex Rigola ha creado un nuevo género dramático: la versión libérrima. La fórmula, un texto intocable y que nadie se atreve a cuestionar. Precedentes: Vania (Chéjov), Un enemigo del pueblo (Ibsen), La gaviota (Chéjov). Una dramaturgia libre que busca la esencia del texto. La desafección de todo lo superfluo y la interpretación de unos actores en estado de gracia.

En  Hedda Gabler vuelve a utilizar la caja de madera creada por Max Glaenzel para ochenta espectadores que tienen la oportunidad de sentir la respiración de los actores creando una experiencia única de comunión entre público e intérpretes.

No hay escenario, una caja de madera limpia, no hay iluminación, solo la desnudez del actor y el vértigo de estar ante un espacio íntimo.

El problema surge en la versión, en la dramaturgia hiperintelectual de Rigola que exige un conocimiento previo de la obra si queremos seguir la historia que refleja el título de la pieza. Si no ocurre esto, estamos viendo otra cosa. Los personajes  mantienen el nombre real de los actores. La síntesis que nos muestra cambia las personalidades de los personajes y se nos ofrece un trabajo de alambique que solo deja entrever el original.

El tedio que sufre Hedda Gabler se pierde, la trama de maldad se obvia, la dependencia burguesa no está ni se la espera. Nausicaa Bonnín, Miranda Gas, Pol López, Marc Rodríguez, Joan Solé están soberbios, desnudos de todo aparataje pueden susurrar su texto como si fuera cine, no necesitan moverse apenas, se resguardan en las tablas para recitar sus textos y se nota que disfrutan del experimento en esa caja-sauna que une a la comunidad congregado ante ellos.

El tedio de la protagonista original se hace palpable ante este minimalismo que convierte la obra en una experiencia que te hace disfrutar de los oficiantes pero que resulta mortalmente aburrida y ambigua.

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