DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

Crónica I Bienal de Flamenco

Territorios pantanosos en un deslucido Hotel Triana

  • Los jóvenes ofrecieron una propuesta irregular en un ambiente frío, marcado por el cierre del clásico ambigú que ayudaba a animar las noches de este emblemático patio 

El Hotel Triana ha sido siempre un refugio en la Bienal para el aficionado -y el guiri- que busca sentir una experiencia viva, desde la cercanía y el ambiente familiar que ofrece este emblemático patio de vecinos con la balconada lucida de mantones de papel que guardan la esencia de las tradicionales veladas de los barrios. Aquí, bajo el relente y la luz de la luna, no se exige perfección sino autenticidad, la que marca la personalidad de artistas de todas las generaciones y Territorios jondos, que normalmente no vemos en los escenarios y que, a veces, cuando se juntan y están a gusto, han regalado momentos mágicos.

Por eso, a pesar de la hora del ciclo y del cansancio acumulado en el maratón que supone seguir la oferta de la cita jonda, se acude a este recinto para respirar un flamenco relajado, donde poder sacudir vítores y oles sin el pudor que imprimen los teatros, y compartir impresiones con otros colegas, amigos y artistas. Sin embargo, esta necesaria convivencia, fundamental para entender la idiosincrasia de este arte, se ha visto completamente mermada (o anulada) por la desaparición del ambigú que daba vida a estos encuentros al favorecer ese clímax de distensión que invita a abrazarse, charlar o animar la fiesta.

Así, a la pérdida del Lope de Vega, a esta edición se le suma un Hotel Triana descafeinado al que los espectadores tienen que llegar ahora a las 23 horas sin un montadito en el cuerpo. Porque, cosas de la gentrificación, Triana ya tampoco es lo que era y hasta el clásico bar de la puerta es ahora un Döner Kebab.

En este frío contexto, este jueves se subían al tablao los jóvenes en una propuesta irregular donde costó entender el criterio de los nombres que formaban parte del elenco que, al margen de la edad, no compartían ni geografía, ni estéticas ni trayectorias uniformes. De hecho, se notaron, por ejemplo, importantes diferencias (hasta en los jaleos y en las palmas), entre la solvencia, el conocimiento y el gusto del cantaor Ismael de la Rosa ‘El Bola’, que acababa de desatar aplausos en el Cartuja Center junto a Alfonso Losa, y el resto de cantaores, más inexpertos en la escena.

A pesar de la entrega de todos, destacó la clase del bailaor Juan Tomás de la Molía, quien mostró ademanes de una prometedora carrera, y los colores de las tres guitarras, completamente distintas, de Jesús Gutiérrez (el compás), David de Arahal (la sensibilidad) y Alba Espert (la profundidad). En cualquier caso, esperábamos una apuesta por la frescura propia de la juventud y por la flamencura que imprime el lugar (y que hoy está tan presente en tantos nuevos viejóvenes de lo jondo) pero encontramos un repertorio meloso de zambras, fandangos, tangos, guajiras y hasta sevillanas, más propio de una noche en el Rocío, de un recital de la Fundación Cristina Heeren o de un programa de Canal Sur, presentado digamos por Bertín Osborne o Manuel Lombo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios