En un rincón del mundo | Crítica de teatro
Otro mundo es posible
Música
Tristán e Isolda de Richard Wagner regresa, los días 27 y 30 de septiembre y el 3 de octubre, al Teatro Maestranza, un escenario donde ya se vio en 2009 y al que vuelve con una nueva producción que prescinde de los elementos "grandilocuentes" de otras versiones y que tiene "la música como absoluta protagonista", tal como desvelaron los responsables de este montaje, que confían en que la visión "trascendental" del amor, su apuesta por las emociones y el talento incuestionable del músico alemán sean suficientes reclamos para cautivar al público. El maestro húngaro Henrik Nánási toma la batuta ante la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) y el brasileño y residente en España Allex Aguilera se encarga de la dirección escénica y la escenografía, en un espectáculo en el que defienden los papeles principales el australiano Stuart Skelton y la sueca Elisabet Strid.
Será la oportunidad de revisar una pieza que Wagner, como cuenta Javier Menéndez, director general del Teatro Maestranza, concibió paradójicamente como un "respiro" en la ardua creación de El anillo del nibelungo, pero que acabó siendo un hito en la historia de la ópera y planteando una ruptura al "abrir las puertas al resquebrajamiento del sistema tonal", al entrar en caminos inexplorados en los que el propio autor reemplazaría la etiqueta de "ópera" por "drama musical". El compositor planteó esta obra "sin grandes ambiciones, más ligera, más fácil de programar", pese a que la finalizó en 1859 y hasta seis años después no consiguió estrenarla, quizás por las revoluciones que incorporaba: la web del Maestranza destaca de Tristán e Isolda "su cromatismo, su inestabilidad armónica, su exacerbada voluptuosidad y su angustia orquestal".
Wagner trabajó en esta ópera cuando se cuestionaba el mundo que había conocido hasta entonces, mientras digería el impacto que le habían causado las lecturas del filósofo Arthur Schopenhauer y caía deslumbrado por la figura de Mathilde Wesendonck, esposa del comerciante de sedas y mecenas que lo apoyaba y con la que mantendría, según los testimonios que han perdurado, un amor platónico. El creador trasladó ese momento vital a su obra. "Los grandes artistas se alimentan de sus propias experiencias, es imposible que se puedan abstraer de ellas", opina Menéndez. "Wagner vive un distanciamiento con su esposa, al mismo tiempo anda enamorado de Mathilde, también está por ahí la que sería su segunda esposa, Cósima. Con ese panorama, cómo no iba a derivar la creación de Tristán e Isolda en una obra de tanta trascendencia amorosa", analiza el director del Maestranza, una idea que suscribe Aguilera. "A él no le interesa la primera parte de la leyenda, la parte bonita, y en su ópera se mete directamente en el conflicto, en el amor metafísico. Resulta fácil deducir que Tristán e Isolda es la historia de ellos dos, Wagner y Mathilde, que no podían estar juntos. Según se cuenta, Mathilde no vio la ópera en vida de Wagner, pero sí lo hizo después, y entonces dijo: Yo soy Isolda".
Para Nánási, la ópera arranca cuando "lo más interesante del argumento ha pasado, y Wagner se centra en explorar las emociones de los personajes. Es muy difícil hablar de sentimientos durante cuatro horas, por eso es importante contar con un reparto implicado", sostiene el director, feliz de haber embarcado para esta aventura a Skelton, que ha interpretado en 96 ocasiones a Tristán, y a Strid, que debuta en el papel de Isolda.
Aguilera celebra que pese a la veteranía del tenor en el rol "hemos creado un Tristán más de aquí", mientras que la frescura de Strid ha permitido "una Isolda que no es la que se ve habitualmente". El director y escenógrafo ha diseñado una puesta en escena "lo más minimalista posible, pero no mínima" y ha procurado "crear atmósferas" en un conjunto que tiene "pocas acciones, poco teatro". A cada acto, dice, le ha dado su "personalidad", y ha evitado los subrayados "porque, repito, la música es absolutamente protagonista". Aguilera insiste en la parte emocional de esta ópera: "Vivir Tristán e Isolda es una experiencia, si abres el corazón".
Preguntados sobre cierta reticencia y algunos clichés que acompaña a Wagner –difícil olvidar esa frase de Woody Allen que afirmaba que tras escucharlo le "daban ganas de invadir Polonia"–, Menéndez matiza que "eso en el norte de Europa no ocurre, sí aquí que estamos más habituados al repertorio italiano, pero es un prejuicio. La gente que se acerca a Wagner acaba atrapada. Aquí la música te lleva por delante y no eres consciente del tiempo que ha pasado. En Tristán e Isolda hay desasosiego, sensualidad, erotismo". Nánási lo resume con otras palabras: "Depende de los países y de las culturas, y depende también de la calidad. Si ofreces Wagner con calidad, todos acaban fascinados".
También te puede interesar
En un rincón del mundo | Crítica de teatro
Otro mundo es posible
Resonancias, Revista de Investigación Musical | Reseña
Mudanzas de la zarabanda
Galería gráfica
'Tablao' reúne a los artistas andaluces jóvenes en el CAAC
Lo último