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TURANDOT | CRÍTICA
****Ópera de Giacomo Puccini con libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni. Reparto: Oksana Dyka, Jorge de León, Miren Urbieta-Vega, Pablo Ruiz, Manuel de Diego, Jorge Franco, Josep Fadó, Maxim Kuzmin-Karaev, César San Martín. Escolanía de Los Palacios. Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Escenografía y vestuario: Jean-Pierre Ponnelle. Iluminación: Juan Manuel Guerra (sobre diseño original de Joan Sullivan). Dirección de escena: Emilio López (sobre diseño original de Sonja Frisell). Dirección musical: Gianluca Marcianò. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 7 de noviembre. Aforo: Lleno.
Hay producciones de ópera veteranas que, a diferencia de muchas, rejuvenecen con el paso del tiempo. Es, en mi opinión, el caso de esta producción de Ponnelle-Frisell, original de 1987 y que hemos podido ver en Sevilla en 1998 y 2010. Con los imprescindibles retoques para la puesta al día de la tecnología teatral, esta fábula dieciochesca y orientalizante sigue atrayendo la atención del público y sabe crear un espacio rico visualmente y eficaz en lo teatral. Hay que aplaudir a Juan Manuel Guerra por la actualización del perfil luminotécnico y de los efectos visuales, así como a Emilio López en lo referente al aggioramento de la dirección de escena, más fluida que lo que recordamos de las veces anteriores, especialmente en las escenas de Ping, Pang y Pong, de coreografía muy cuidada.
Tras su brillante prestación en la última Tosca del Maestranza, Gianluca Marcianò volvió a demostrar que lleva la ópera en las venas además de en la cabeza. Su pulso es tremendamente teatral, adecuado a cada momento dramático, sabiendo adecuar el peso de la orquesta según la situación. Así, por ejemplo, el tránsito del sonido denso y potente de la primera escena a la transparencia y delicadeza de la orquesta en la subsiguiente invocación a la Luna. Y lo mismo en la primera escena del segundo acto, con una sensible delicadeza de sonido en la evocación de la casa en Honán. La manera en que graduó la intensificación dinámica en el final del primer acto fue de la mejor ley de la tradición italiana.
El coro se ha superado a sí mismo en esta complicada ocasión que tanto le demanda, con brillo y empaste soberbios y una sobresaliente capacidad de matización en los momentos más poéticos (invocación a la Luna especialmente). Al igual que la Escolanía de Los Palacios, de delicado y bello timbre colectivo. Felicidades a sus respectivos directores (Íñigo Sampil y Aurora Galán).
Oksana Dyka estuvo muy lejos de ser una Turandot correcta. La voz se descubre en el paso de registro y suena abierta, con agudos chillados y metálicos. No hay matices, no hay colores, todo es un grito descontrolado. También descontrolado en materia de firmeza de emisión (notable vibrato) y de afinación (sobre todo en las líneas ascendentes a pesar del uso de portamentos) estuvo Jorge de León todo el primer acto. Su canto musculoso y su fraseo brusco no pudieron rendir las sutilezas de Non piangere Liù, pero sí fueron adecuados para la bravura de la escena de los enigmas, donde dominó con el trueno de su voz y el brillo final de Vincerò!. El mejor canto de la noche fue sin duda el de Miren Urbieta-Vega, todo un dechado de fraseo mediante el control de una voz muy bella y gracias a una perfecta ténica de regulación del sonido. Todo ello le permitió frasear con todo lujo de detalles el Signore, ascolta, con un filado final bellísimo. Y no pudo ser más conmovedora su escena final, hilando las frases con un legato muy cuidado.
Otra gran sorpresa fue el Ping de Pablo Ruiz, un cantante que debería pisar más a menudo este teatro, pues además de un magnífico actor posee una voz baritonal de tintes oscuros pero de perfecta proyección, redonda y flexible, como se demostró en el uso de medias voces en pasajes como Oh, China. Con la complicidad de los espléndidos Manuel de Diego y Jorge Franco esos momentos fueron de una verdadera delicia vocal. Auténtico bajo pero con fraseo flexible Karaev y al mismo nivel de calidad César San Martín y Josep Fadó.
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