Los verdugos también tienen hijos

Un simple accidente | Crítica

Una imagen del filme de Jafar Panahi.
Una imagen del filme de Jafar Panahi.

La ficha

*** 'Un simple accidente'. Drama, Irán-Francia, 2025, 104 min. Dirección y guion: Jafar Panahi. Fotografía: Amin Jaferi. Intérpretes: Ebrahim Azizi, Madjid Panahi, Vahid Mobasseri, Mariam Afshari, Hadis Pakbaten, Delmaz Najafi.

Si nos atenemos a los premios en grandes festivales, podríamos concluir que el iraní Jafar Panahi es el cineasta más importante de lo que llevamos de siglo. Así lo atestiguaría el hecho de ser el único que ha conseguido el triplete dorado: Oso de Oro de Berlín (Taxi), León de Oro de Venecia (El círculo) y ahora, con Un simple accidente, una Palma de Oro en Cannes que augura una larga carrera de reconocimientos que bien podría terminar en los Oscar.

Empero, su última película, rodada ya abiertamente fuera del radar y el control de la censura que lo ha perseguido siempre y como respuesta frontal a su condición de vigilado, recluido, encarcelado y torturado en su país, no es precisamente la mejor de las suyas. Quién sabe si ese cambio de registro hacia una denuncia explícita de la represión y la violencia del régimen teocrático iraní, se deja ya por el camino las sutilezas, los enigmas y las alegorías que otras cintas suyas articulaban o escondían más astutamente bajo un siempre preciso y riguroso trabajo formal.

En Un simple accidente, el azar activa un encuentro determinante entre un torturador y sus torturados, o lo que es lo mismo, entre el sistema opresor y el ciudadano-víctima. Un encuentro que deriva en secuestro y duda sobre la oportunidad de la venganza o el perdón, dilema moral que Panahi pone en manos del espectador y que se articula en grupo heterogéneo y sobre ruedas, en desplazamientos y discusiones, con apartes explícitamente beckettianos o, finalmente, frente al árbol fijo de la revelación de la verdad y la vergüenza, en un recorrido que por momentos se estanca, por otros coquetea con un extraño sentido de la comedia negra, en ocasiones estirando el enredo más de lo aconsejable (la larga secuencia de la llamada de la hija y el hospital) y que se reserva para el epílogo su gesto (cinematográfico) más elocuente y terrorífico en un potente off sonoro que no invita precisamente al optimismo.

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