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la gaviota | Crítica de teatro

Y entre versión y versión me cuento veinte

Irene Escolar y Nao Albet en un momento de 'La gaviota'

Irene Escolar y Nao Albet en un momento de 'La gaviota' / M.G.

El experimentado Àlex Rigola se siente bien repitiendo por tercera vez su fórmula para realizar versiones. Si acertó con Vania y desbarró con Un enemigo del pueblo ahora se queda en tablas con La gaviota. Ya conocemos sus claves. No se trata de una versión libre sino libérrima del texto del ruso.

En su afán por modernizar-actualizar-romper-barreras-con-el-público los personajes mantienen el nombre real de los actores e intercambian lo que podrían ser anécdotas privadas con el argumento de la obra.

De esta manera, los intérpretes, a los que se le ve muy cómodos, nutren con  sus propias vidas, ya sean reales o inventadas, al fin y al cabo todo es teatro,  a los protagonistas que inventó Chéjov.

Lógicamente, si  en la obra original se dedicaban a reflexionar sobre el arte y el mundo del teatro en la propuesta de Rigola se recurre a ese ombliguismo-metateatral tan recurrente en la profesión pero en el que no profundiza.

Y todo bien explicado, como si estuviésemos en el colegio. Las acotaciones, la pantalla con imágenes, la ruptura de la cuarta pared, todo sirve para que el cocinero Rigola nos sirva su nueva receta deconstruida con esferificación de teatro chejoviano.

Eso sí, la factura de la producción es impecable. Los actores fabulosos, atractivos, seductores, reales. Si Rigola vuelve a realizar otra versión habrá creado un nuevo género dramático.

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