Europa se hace el sueco

Síndrome de resignación. Así se ha denominado la afección de algunos niños inmigrantes procedentes de Rusia y otros países del Este europeo que entran en una suerte de estado catatónico postraumático durante el proceso de solicitud de asilo en países como Suecia.

Los datos reales juegan así a favor de mensaje en un filme que, sin embargo, se despliega como una suerte de fábula distópica sobre la condición inmigrante y sus trabas burocráticas en el que se supone es uno de los países más avanzados y con más garantías del mundo.

Más cerca del primer Lanthimos y de aquel performativo nuevo cine griego que del Kaurismäki de El otro lado de la esperanza, con quien esta película comparte además director de arte, el también griego Alexandros Avranas (Miss Violence, Crímenes oscuros, Love me not) se distancia clínicamente de sus personajes y acciones, una familia rusa en pleno trámite de solicitud de asilo por motivos políticos y persecución en su país de origen, para poner el foco en esa asepsia algo estereotipada de la realidad sueca como marco autómata para un drama humano con una clara voluntad de denuncia y una proyección que se expande, por contraste, por el resto de éxodos migratorios por motivos bélicos y políticos del planeta.

La cuestión es dilucidar si eran estos el mejor trazado o las mejores formas para el asunto. Y es que a la película le termina pesando más su carcasa conceptual, fría y escenográfica, su mecanización de los gestos y las palabras de sus personajes, que esas emociones sacadas a cuentagotas de unas niñas que tienen que fingir o suplantar cuando no están directamente postradas en su alegórico sueño límbico.