Voy a ganármelo rápido

Tenía cierta gracia aquella Voy a pasármelo bien de hace un par de veranos a mayor gloria de la nostalgia generacional ochentera y las canciones de Hombres G proyectadas en una historia de iniciación y amistad ambientada en la mustia y casposa Valladolid de finales de los ochenta. Y la tenía sobre todo en el tramo juvenil y gracias a esos jóvenes actores a los que David Serrano, alma mater del proyecto, dirigió bastante bien para sacar punta a los estereotipos o a esa retahíla de frases hechas y latiguillos callejeros que marcaron una época y de las que hoy nos acordamos no sin cierto sonrojo cómplice.

Ha sido por tanto un acierto quedarse con ellos para esta secuela que no consigue disimular demasiado su condición de explotación del filón en un rodaje rápido y una trama simplona donde el repertorio de Summers y compañía viene sustituido por un popurrí de canciones de Seguridad Social, Bosé, Chimo Bayo o Duncan Dhu y donde los números musicales y coreográficos vuelven a ser el principal atractivo, yo diría que casi el único, dentro de una trama bastante endeble que rememora los veranos de campamento, los primeros amores y sus penas y una exaltación de camaradería pasada por la conveniente actualización en clave de corrección política (homosexualidad, embarazo…) para tiempos de diversidad y tolerancia.

Una secuela bastante rebajadita ya de ideas propias y muy roma en su mordiente cómica que sigue despuntando sobre todo gracias al desparpajo de sus secundarios (Gijaba, Díaz) mientras se empantana en cuitas románticas del Superpop y una salida a un México de postal que justifique las estrategias de co-producción Apache.