LA CORTE DE FARAÓN | CRÍTICA

La zarzuela como catarsis cómica

Genial astracanada egipcia en Espacio Turina.

Genial astracanada egipcia en Espacio Turina. / Luis Ollero

En contra de lo que comúnmente se cree, las primeras décadas del siglo XX vieron desplegarse en España un clima de diversión, de voluntad de diversión y de libertad creativa como no lo volvería a haber hasta medio siglo después. A pesar de la censura, los espectáculos vivieron una edad dorada en la que el ingenio de los creadores y la connivencia de un público masivo permitieron la emergencia de la revista, del género ínfimo y de la sicalipsis, siempre rozando con juegos de palabras los límites de la censura gubernativa.

Buena muestra de ello es esta “opereta bíblica” que se ríe de la ópera, de la revista y que hace del sexo y del deseo materia jocosa con desenfado y mucho humor. Para que todo esto funcione hay que respetar los códigos de la comicidad y la versión teatral firmada por García Morales lo hace a la perfección, consiguiendo repetidas carcajadas del respetable. Papel fundamental en esto jugaron los actores cómicos, Sánchez Rivas, Morales y, sobre todo, un tronchante Galavís en el papel de Aricón, con sus improvisaciones y morcillas a cada cual más divertida. Mérito de la directora de escena es haber sabido mover a los personajes en un escenario tan exiguo con sentido del espacio y con guiños al carácter paródico de la obra. El vestuario procedente de la famosa Antología de la Zarzuela de José Tamayo añadió un plus de colorido y calidad al espectáculo.

Elena Martínez llevó la partitura con vivacidad, atención a la dimensión rítmica (garrotín, por ejemplo) y al fraseo cadencioso del vals, consiguiendo un sonido brillante de la orquesta y del espléndido coro. Supo además controlar el sonido de la orquesta en una sala con tanta capacidad de amplificación como ésta. Además de buenos actores, los solistas cantaron con gusto y chispa. A destacar la voz rotunda y clara de Merino, el bello timbre de García Morales o el brillo de Paula Ramírez y Julia Rey. Algo más sosa fue la Sul de Jiménez, sin la sensualidad en el fraseo de sus famosos cuplés babilónicos. Estupendas, por último, las tres viudas de Marta Gutiérrez, Marta Díaz y Kenia Murton.

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