La ventana
Luis Carlos Peris
El Rey, en su rol de oasis
El fenómeno de Almaia, los eurovisivos Alfred y Amaia, no es apto para quienes renuncian a asomarse al mundo de hoy, a cómo viven los millennials, la legión del precariado. Una generación tan virtual y de espíritu provisional que valora lo auténtico. Y estos dos jóvenes, tan pavos (la palabra no va con intención peyorativa, si acaso enternecedora), son reales. Son esos compañeros de instituto que se enamoraron en clase, la pareja que nos gustaría invitar el sábado por la noche a comer una pizza en casa. No son actores ni se sienten maleados, aún, por las técnicas de marketing. Son resumen de la telerrealidad ideal.
El Hormiguero se llevó este lunes a las estrellas de Operación Triunfo y ha tenido una de sus ediciones con más audiencia, alargada durante dos horas para aprovechar el tirón y arrinconar así a los Apaches.
Pablo Motos se vio superado cuando fue pillado en su propia broma de las respuestas serias (el primero que troleó así en antena fue Antonio Banderas en Lo + Plus). Estaban encantados con el honor de aparecer por allí. Amaia tosía y pese a que estaba afónica no se arrugó, para pasmo de los del programa de Antena 3. La navarrica ponía la cara de la niña de El Exorcista en la prueba de la telepatía. Se toman en serio la naturalidad, lo que para otros es puro fingimiento. Es difícil burlarse deAlmaia por tanta sincera ingenuidad como desprenden. No son divos, son la gente. Hablan de pedos, olores ajenos y vellos en las axilas.
La transparencia no tiene precio. Disfrutemos en estos meses de la claridad de los chicos de Eurovisión antes de que el hastío, los compromisos, los pelotas y los contratos terminen de difuminar la frescura de esta primavera fugaz.
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