Análisis

Joaquín Aurioles

Universidad de Málaga

Europa en el punto de mira

Ursula Von der Leyen, en el debate entre los principales candidatos al Parlamento Europeo

Ursula Von der Leyen, en el debate entre los principales candidatos al Parlamento Europeo

EL mundo se organiza en bloques y Europa corre el riesgo de quedarse al pairo. Llamémosle desglobalización o proteccionismo estratégico, pero antes China y desde la llegada de Trump a la Casa Blanca también en Estados Unidos, las puertas que se instalan abren solo hacia adentro. Bienvenidas las inversiones y los suministros que se dirigen al interior, pero todas las barreras a cualquier forma de fuga de recursos que genere riqueza y empleo en el exterior. Biden acabó con la guerra de los aranceles promovida por Trump, con China y la Unión Europea en su punto de mira, pero no con las prácticas proteccionistas. Su estrategia retiró a la UE de la mirilla, pero siguió apuntando a la guerra comercial con China y añadió las sanciones a Rusia. La retirada de aranceles fue compensada con importantes programas de subvenciones e inversiones públicas, entre ellos 400.000 millones de dólares, la tercera parte del PIB español, en infraestructuras con la finalidad explícita de contribuir a la creación de empleo, y con la amenaza de penalizar la deslocalización de empresas en el extranjero.

Mientras tanto la UE se diluye en la discusión retórica sobre sus principios fundacionales. No son solo intereses estratégicos los que justifican su existencia, sino la comunidad de valores en materia de dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías (art.2 del Tratado de la UE). El problema es que en los convulsos momentos actuales en términos geoestratégicos, estos valores no parecen cimientos suficientes ªcomo para soportar el peso de una comunidad tan amplia y compleja. Desde el principio de su existencia los intereses estratégicos han tenido una presencia destacada en el devenir de la Unión. Inicialmente el establecimiento de una paz duradera y posteriormente recuperar protagonismo político y económico en el escenario internacional.

La UE necesita un cambio radical, denunciaba Draghi en su discurso en Bruselas del pasado mes de abril, y no es el único que lo sostiene. La competencia con otras regiones del mundo aumenta y en todas partes se refuerzan las prácticas proteccionistas, con independencia, en algunos casos, del traje liberal que lucen sus promotores. Europa se enfrenta a problemas de índole geoestratégica de primera magnitud por los conflictos bélicos en sus proximidades y las aspiraciones rusas a la condición de potencia hegemónica en una región desde donde con un ojo es observada con recelo desde la invasión de Ucrania, mientras que con el otro se mira hacia la UE.

También en Oriente Medio, no solo desde la escalada en el conflicto palestino-israelí, sino desde bastante antes debido a la presión migratoria sobre las fronteras orientales.El cambio radical que propone Draghi afecta de manera directa e inevitable a las políticas de defensa, energía y migratoria. Von der Leyen no se anduvo con medias tintas al señalar como tema central de su campaña que Europa debe prepararse para una guerra y que tiene que reforzar su política de defensa. El gasto en defensa de la Unión ascendió en 2022 a más de un cuarto de billón de dólares (1,5% del PIB), que es una cantidad ligeramente menor a la de China (290 mil millones, un 1,6% de su PIB), pero superior a la de Rusia en cuantía (86.000 millones), aunque no en porcentaje del PIB (4,5%).

La autonomía plena y la seguridad en el abastecimiento energético es la otra gran aspiración europea a raíz de la guerra en Ucrania, que debe ser entendida en el contexto de su programa de descarbonización completa y lucha contra la crisis del clima (eficiencia energética). Bastante más problemático resulta el camino hacia una estrategia común en materia de inmigración y asilo, por cuanto traslada al interior de la Unión el clima de enfrentamiento y polarización existente en el exterior (choque de civilizaciones), con evidente repercusión en la deriva populista de las propuestas políticas nacionales. Para xenófobos e intolerantes con la inmigración, la pretensión europea de definir una política común sobre el tema supone una injerencia inaceptable en un terreno que debería estar reservado a la soberanía nacional, ignorando el papel insustituible que, según los análisis más concienzudos, ha de desempeñar en mercado laboral europeo del futuro la población inmigrante. Se trata de una grieta lo suficientemente visible en el sistema de valores que sustenta a la Unión Europea como para justificar la preocupación por su vigencia, pero la realidad aprieta en otros terrenos que también demandan respuestas urgentes.

Políticas de defensa, energética, de inmigración y radicalismo político con tintes xenófobos y antieuropeístas en algunos casos, plantean cuestiones centrales de cara a las elecciones del próximo mes de junio, pero existe otro aspecto en la escalada de tensiones geoestratégicas que tendemos a ignorar. Le Grand Continent, revista francesa de estudios geopolíticos, acaba de señalar que, según los datos del FMI, el peso de la Unión Europea en la economía mundial se ha reducido a la mitad en los últimos 20 años. De representar el 31% del PIB mundial en 2004, a la previsión de que en 2024 nos quedemos en el 17,4%.

El fuerte crecimiento de China o de la India, así como de otros países de gran tamaño, ayudan a entender que el acusado ajuste en peso relativo de los diferentes bloques económicos mundiales haya perjudicado a la posición europea. Con Japón ocurre algo parecido, pero los mismos datos también indican que la economía norteamericana se defiende mejor que la europea. La doble realidad es que, por un lado, la pujanza de la economía china durante estos años ayuda a entender la posibilidad de que consiga superar a la europea a lo largo de 2025. Por otro, que Europa resultó especialmente golpeada por la crisis de 2008 y la posterior crisis de deuda soberana, cuando llegó a cuestionarse la viabilidad de la unión monetaria y nos dejamos llevar por la dinámica suicida de la austeridad, hasta la llegada de Draghi al BCE.

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