La monarquía británica siempre ha dado una imagen rígida y encorsetada, como si fueran dioses a los que venerar. De hecho, el Jubileo de Platino de Isabel II, es decir, la conmemoración de sus 70 años de reinado, les viene estupendamente a los Windsor para alardear de reina, la auténtica cabeza visible del gobierno de Reino Unido y de su iglesia anglicana. El resto de familia a su alrededor tienen un papel meramente accesorio, incluido el príncipe de Gales quien, a sus 70 años, ni se le ocurre soñar con que su madre abdique y le ceda a él la corona, ni siquiera a sus 96 años y con graves problemas de movilidad. La representante del temple y la solemnidad británicas es únicamente ella, Isabel II.

Resulta paradójico recordar, por tanto, que la Casa Windsor no se denominó así hasta 1917, cuando Jorge V cambió el apellido familiar Sajonia-Coburgo-Gotha a golpe de decreto por uno más británico imposible, Windsor. Por aquel entonces Inglaterra se enfrentaba a Alemania en la Primera Guerra Mundial y resultaba inconcebible que millones de británicos murieran en nombre de un soberano con apellido germánico.

La historia de los Windsor está repleta de obligaciones oficiales, renuncias y sacrificios. No en vano es el germen de otras muchas monarquías europeas, pues la reina Victoria I tuvo nueve hijos a los que casó muy convenientemente para esparcir su genética por todo el continente. Victoria, tatarabuela de la actual soberana, que reinó desde 1837 hasta 1901, estableció muchos de los precedentes que ha honrado Isabel II desde que fue coronada en 1952.

Los férreos valores y la moral intachable han primado en la vida de la reina Isabel, como lo hicieron en la de Victoria, un auténtico icono monárquico en Reino Unido. De ahí que cualquier acto para rendir homenaje a la monarca inglesa en este Jubileo sea muy merecido y necesario.

Isabel, como nos han transmitido obras como la serie The Crown o su biografía más reciente, Elizabeth: Eighty Glorious Years (Isabel: 80 gloriosos años), ha desarrollado una meritoria carrera de 70 años superando obstáculos que algunos creían insalvables, siempre debatiéndose entre la tradición y la adaptación a los nuevos tiempos. El polémico término The Firm (La Firma), como se hace llamar la familia real británica, pone de manifiesto que el deber siempre ha estado por encima del derecho en el seno de los Windsor. ¿Qué otra forma hay de perpetuar una institución tan arraigada como arcaica? Isabel II ha sido una soberana sublime y pone complicado el relevo a su sucesor. Rondando el siglo de vida, sin embargo, la propia Isabel ya está allanando el camino, poniendo por encima a la corona. Lleva toda su vida haciéndolo.

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