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Lo de mi obsesión por recordar los nombres de los títulos de crédito de los programas de televisión viene de muy atrás. De los más antiguos todavía más. Por eso cierro los ojos y parece que estoy viendo al inicio de La casa del reloj (primeros de los setenta) el nombre de la guionista del programa para preescolares, Lolo Rico de Alba.

La preposición induce a error. ¿El "De Alba" era apellido materno o se refería al señor con el que la escritora estaba desposada? Más tarde supimos que se trataba de la segunda opción. Choca que una profesional tan avanzada, abanderada de las libertades, firmase con el apellido del marido. Pero así era hace más de cuarenta años, cuando Lolo Rico apenas había rebasado la treintena. Ahora sabemos por sus necrológicas que se separó del padre de sus siete hijos, financiero para más señas, con el que por lo visto no lo pasó demasiado bien.

Mi madre nació el mismo año que Lolo Rico, 1935. Y milagrosamente, lo digo por su mala salud de hierro, la ha sobrevivido. En el momento del óbito de la que fuese mentora de los programas infantiles de mi infancia, vuelven a mi mente los conceptos de igualdad de oportunidades, de hasta qué punto el dinero da la felicidad. De cómo la casilla de salida condiciona el resto de la partida que es la vida.

Mi madre no cotizó ni un solo día. Motivo más que suficientes para que en la vida se le pasase por la cabeza separarse. Además, mi padre distaba mucho de ser un financiero con posibles. Y el padre de mi madre tenía un taller de carpintería (donde había mucho serrín, no como en los talleres de creatividad).

Leo que un hijo de la memorable Lolo Rico es filósofo, otra artista multidisciplinar, una nieta líder de Podemos en el País Vasco… Y vuelvo a concluir que buena parte del futuro está escrito de antemano.

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