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Imagine que va al médico y que éste no se encuentra en su consulta porque está jugando al pádel. Peor. Imagine que lo están operando a corazón abierto y que el cirujano se queda dormido sobre su pecho porque estuvo viendo Juego de Tronos hasta las seis de la mañana. Que el profesor, en lugar de explicar la Revolución Industrial, enseñe fotos de su viaje a Formentera, que le parece mucho más interesante. Imagine que coge un taxi y el conductor lo lleva a 200 kilómetros por hora y hace caso omiso a cualquier tipo de señal de tráfico. Ahora imagine que va al concierto de su cantante favorito y éste ni canta, ni se sabe la letra y encima increpa a los miembros de su banda. ¿Qué sentimiento invade su cuerpo? Exacto. Rabia, mucha rabia. Sensación con la que debieron salir los seguidores de Amaia Montero del concierto que la donostiarra dio hace unos días en Cantabria. Al menos eso hicieron saber a medio mundo a través de redes sociales.

Habremos podido ver el vídeo unas doscientas veces, su contenido se hizo viral, pero ninguno da con la tecla de qué le ocurría exactamente a la que fuera líder de La Oreja de Van Gogh. Muchos han insinuado que el consumo de estupefacientes y alcohol la llevaron a tener esa reprobable actitud sobre el escenario. Como siempre, prima el morbo. Otros han sugerido que la artista está enferma y consume más ansiolíticos de la cuenta. Imagino que a ellos los ha llamado la propia Montero para contárselo. Todas estas elucubraciones, ninguna de ellas con fundamento o contrastada, han llevado al posterior insulto en redes sociales. Cual saco de boxeo, la donostiarra se ha llevado los golpes de todos los energúmenos de Twitter. Eso ha llevado a que se pierda por completo el foco del asunto. No es necesario saber por qué Amaia Montero dio semejante espectáculo en un concierto, lo que habría que recalcar es que cualquier persona del mundo con un puesto de trabajo tiene que ser responsable a la hora de desempeñarlo y ella no lo fue. Por respeto al que contrata, a los compañeros, a la labor que se desempeña, a los que están a su cargo y, por qué no, por respeto a uno mismo. A Amaia se le olvidó por completo y provocó lo que ningún cantante desea: la más absoluta decepción de sus fans. Y un artista puede cantar mejor o peor, pero cuando lastima la confianza de sus seguidores, mal asunto.

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