Crónica de un día

Fran Barquilla

fbarquilla@grupojoly.com

Nada nos conmueve

Devoramos la información con avidez y si es amarga a tragos más grandes

Menos de 48 horas de guerra en Ucrania y ya hemos visto vídeos e imágenes de las atrocidades de un conflicto. Como si nunca lo hubiéramos visto antes.

Imágenes y vídeos del sufrimiento provocado por unos seres humanos a otros, a veces incluso sin el menor motivo, como ese tanque ruso que se desvía de su camino para arrollar un coche en una avenida de Kiev ¿por qué? Porque sí. No hay más.

Secuencias desgarradoras como las del hospital de Dnipro donde han sacado a los neonatos de sus incubadoras y los han llevados a un sótano para protegerles de los bombardeos y que hoy encogen el alma.

Lágrimas y llantos en el metro de Kiev por no encontrar un lugar en el andén y quedarse desprotegidos frente a las bombas.

En menos de dos días ya hay decenas de ejemplos. Imágenes y vídeos que te tocan y te hacen cambiar el gesto. Pero da igual. Nada nos conmueve. Y si lo hace basta con cambiar de canal, dar otro clic, pasar página y mirar para otro lado. Ya lo decía Polibio, el historiador griego, 200 a.C., cuando hablaba de la tragedia: "su finalidad es conmover y sorprender al auditorio, pero sólo transitoriamente". Pero la realidad siempre supera a la ficción.

¿Acaso nos acordamos ya de las personas que se caían de un avión en marcha en Kabul cuando los occidentales les abandonaban a su suerte ante la llegada de los talibanes? ¿De cientos de personas en una zanja llena de agua y fango hasta la cintura para intentar acceder a un aeropuerto en el que no cabía ya un alfiler?

Ucrania pasará como pasó Kabul. Y nos olvidaremos como lo hicimos de Sarajevo, Gaza o Ruanda.

En este mundo globalizado, audiovisual e hiperconectado todo nos parece cercano, como que lo tenemos justo al lado, pero al apagar la pantalla o levantar la vista el mundo vuelve a hacerse grande y todo eso tan malo nos pilla lejos.

Por eso son necesarios los reporteros, los operadores de cámara, los fotógrafos como el andaluz Morenatti, los que sin pensarlo demasiado cogen sus armas sin balas y se lanzan a enseñarnos lo que pasa, para que lo sintamos, para que nos conmueva, aunque sea por un instante. Que no se olvide y a ser posible que sirva para algo.

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