PSOE y PP pactan: líneas rojas y socorro mutuo

El acuerdo de los dos partidos mayoritarios en el Congreso para reformar la ley del “solo sí es sí” es fruto de la necesidad, no de la convicción

Una mujer protesta contra la reforma de la ley del ‘solo sí es sí’ en Madrid.

Una mujer protesta contra la reforma de la ley del ‘solo sí es sí’ en Madrid. / Borja Sánchez-Trillo, EFE

EL PSOE, como partido de Estado, no puede permitirse trazar perímetros excluyentes contra el PP. En primer lugar, porque no es propio de un partido reformista. Pero hay muchas razones contra las líneas rojas. El entendimiento entre partidos de Gobierno –o al menos el intento de entenderse– es una premisa necesaria para superar los bloqueos provocados por el juego de mayorías y minorías. Permite aspirar a leyes reforzadas y por lo tanto duraderas gracias a que obtienen apoyos mayoritarios y transversales en las cámaras porque han sido pactadas, transaccionadas y mejoradas en virtud del acuerdo político entre diferentes capaces de ponerse de acuerdo en materias importantes. Ese tipo de pactos no solo permiten avanzar en las tareas más relevantes sino que además sirven de pedagogía contra las polarizaciones y las exaltaciones de masas. Digamos que ayudan a mejorar la salud política de un país. Y dicho sea: sin renunciar al mismo derecho que tienen los partidos al disenso, que se relaciona con la necesidad de una oposición que controle al gobierno y proponga un modelo diferente de país.

Sociedad de socorro mutuo

Lo que no sirve de nada en una democracia liberal es excluir por definición el acuerdo entre los grandes partidos. Aunque en España ocurra a diario. Cada uno tiene llena la canana con argumentos y consignas para explicar por qué es imposible dialogar con el otro. Lo que ha ocurrido esta semana con el acuerdo PSOE-PP para reformar la ley del solo sí es sí no ha sido en realidad fruto de un diálogo y un deseo de pacto sino de una necesidad. El presidente no podía mantener un minuto más una ley que rebaja penas o pone en la calle a condenados por agresiones sexuales. Y al PP le servía montarse en la ley matizada y reformada a última hora "salvando" a España del Gobierno, montándose en el carro de una materia en la que suele patinar y, de paso, metiendo el dedo en la grieta cada vez mayor entre PSOE y UP. Lo de esta semana ha sido una sociedad de socorro mutuo.

Yo pacto, tú pactas

Renunciar a los pactos no es práctico ni lógico porque ambos partidos coinciden en muchos asuntos sustanciales para el país y hay muchos más en los que podrían coincidir si el sectarismo no tuviera la influencia que tiene en la política española. Añadan que la firma de acuerdos relevantes tendría un apoyo relevante por parte de ciudadanos moderados de izquierda y derecha, mermaría la influencia de los extremismos ayudando a los dos grandes partidos a quitarse el yugo de sus contrapartes aunque fuera de ocho a tres y en días alternos. Y, por último: los cordones sanitarios deberían ser atributo en todo caso de la ultraizquierda y la ultraderecha. Si Pedro Sánchez hubiera cedido ante la presión de su socio de UP y no hubiera reformado la ley del solo sí es sí con el PP de Feijóo no solo habría perpetuado un tremendo error con más de mil condenados por delitos sexuales beneficiados sino que se hubiera convertido en un títere en manos de UP, que le tiene comida la moral al PSOE con eso de la izquierda verdadera que ya pregonara con discutible éxito el difunto Anguita: "El PSOE es una izquierda de estampilla y va siempre detrás de la derecha". Para desgracia póstuma de Anguita, los votantes de izquierdas han comprado la idea de los gobiernos de coalición con el PSOE como piedra angular de los mismos.

Votantes en evolución

Los extremos son como son, pero es más curiosa la constatación de que el centro haya ido despoblándose políticamente y confirmando que el centro solo existe en los discursos y en la propaganda. El centro es más un talante que una ideología. La desaparición de Cs lo deja sin su último pretendiente. Todo ha ido evolucionado rápido en los últimos años y con datos sorprendentes. Los votantes socialistas, hasta 2017, preferían pactar con Cs y el PP antes que con Podemos (Sociométrica). Apenas un tercio de los electores del PSOE querían un pacto con Podemos en 2016 (Myword). En cambio, en diciembre de 2022, hace solo unos meses, la mayoría de votantes socialistas preferían gobernar con otros partidos de izquierda antes incluso que un Gobierno del PSOE en solitario (40Db) y solo un 11% de los votantes del PSOE y un 14% de los del PP apostaban por la gran coalición entre ambos partidos.

Los votantes del PP prefieren a Vox antes que al PSOE y en el caso de Madrid en las últimas elecciones preferían a Vox incluso antes que a Cs (Metroscopia), esa entelequia.

El voto de la victoria sigue en el centro

En España sigue existiendo un tercio de votantes que se sitúan en el 5 de la escala entre la extrema derecha y la extrema izquierda. El centro sociológico sigue existiendo y mueve más de un 30% de los votos. Es la llamada "mayoría cautelosa". Lo que no existe es el centro político, que en España, además, siempre ha tenido una corrección hacia la derecha. Los expertos consideran que la crisis financiera de 2008 y sus consecuencias castigó a los partidos tradicionales y centrifugó el voto hacia los extremos, espoleado en España por el 15M y su reacción posterior –unido al clima independentista catalán– con Vox. La pandemia y la guerra de Ucrania actúan como fuerzas centrípetas devolviendo muchos votos a los partidos troncales.

Hacia los extremos

Pero en vez de cultivar ese centro sociológico PSOE y PP se han entregado a pactos con sus extremos. Ambos lo han hecho por necesidad no por convicción, eso es cierto. De hecho, el proyecto de cualquier político es el poder absoluto. Aspiran a gobernar en solitario sin tener que compartir gobiernos, haciendas y decisiones. Pero hoy están justo en el lado contrario: dependientes de Vox por un lado y de una amalgama ya conocida de formaciones políticas –UP, Bildu, ERC, Más País, PNV– por otro. En 2019 habríamos ido de cabeza a repetir las elecciones por tercera vez si Sánchez no pacta con ERC y Bildu. El PP de Casado descartó abstenerse para facilitar el desbloqueo tras abrir las urnas dos veces. Esa es la verdad, por mucha literatura que le echen algunos a lo que realmente sucedió. Igualmente, el PP no habría gobernado en Andalucía en su legislatura anterior sin el apoyo de Vox ni tendría hoy algún gobierno regional. Y dependerá Feijóo de Abascal para gobernar España si le dan los números.

No debería preocuparle al PSOE que todo el bloque a su izquierda le reproche un acuerdo con el PP mientras celebran con naturalidad que acuerde otras cuestiones con ERC o Bildu. Difícilmente sus votantes le recriminarán que lo haya hecho para frenar los beneficios que la ley fallida proporcionaba a abusadores sexuales y violadores.

La reforma: de la pureza al temblor de piernas

La aprobación de la reforma de la ley del sí solo es sí, en torno a la cual se ha terminado por agrietar la cohesión interna del gobierno de coalición, se produjo con una nueva geometría variable, que diría Zapatero. El PSOE la aprobó con el PP, Cs y otros grupos minoritarios, mientras que el resto del bloque de investidura siguió alineado con UP.

No solo ha provocado un descosido serio en el Ejecutivo, es que además UP se lleva el que será uno de los argumentos favoritos para la campaña. El partido libre, puro de izquierdas, valiente y feminista frente al PSOE al que le tiemblan las piernas ante las presiones de los poderosos. El PSOE se lleva en el zurrón el argumento defensivo de una izquierda pragmática y transformadora y que sabe rectificar frente a otra radical, inflexible y pueril, más a gusto con el relato que con la mejora de la vida de la gente. Servidos van. Veremos la evolución del Gobierno a corto plazo. Se agudizará la crisis a la vez que las encuestas sigan situando a Sumar por encima de UP y reduciendo a Podemos a un espacio electoral residual.

Y la foto

De nuevo, la tramitación de la reforma nos ha brindado uno de esos instantes del género del absurdo político. Ojo al dato: lo que se consumó fue la reforma de una ley impulsada por el mismo Ejecutivo que la aprobó colegiadamente en el Consejo de ministros, primero, y con sus respectivos grupos parlamentarios en el Congreso, después, y que ahora la ha reformado pero solo con el voto de la parte mayoritaria del Gobierno, parte que participó inicialmente en la aprobación de la ley reformada. De nuevo Irene Montero e Ione Belarra, solas y de violeta feminista, en el banco azul. El presidente, ausente; y Yolanda Díaz aplaudiéndolas desde la otra zona de la bancada de Gobierno. Justo en los escaños de arriba de Montero y Belarra, el PP aplaudiendo embravecido la reforma de una ley en la que no solo no creyó sino que anunció que derogaría si gobernaba y que ahora ha reformado solo por anotarse el efecto benefactor de su enderezamiento, motivado por su explícito deseo de patrimonializarla aunque sustancialmente siga siendo la misma ley. La ha aprobado porque además le ayuda a fracturar un poco más al Gobierno y si es posible a tapar un poco el lío de Doñana. Nunca un acto parlamentario dijo tanto con tan pocas palabras. Mucho más que lo que indican los 233 votos a favor y los 59 en contra.

Y los hechos

Obviamente UP no pretendía aprobar una ley que pusiera en libertad o rebajara penas a casi un millar de agresores sexuales. Pero de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Lo que casa muy mal con el espíritu indómito de Podemos y su apelación constante a la virtud política, la rectitud y los principios es que Irene Montero no haya dado un portazo y se haya ido tras una desautorización tan brutal.

Ahora la pregunta lógica que deberían hacerse los ciudadanos es si como dice UP la reforma legal es una traición porque vuelve "a la ley de la manada" o si como dice el PSOE el consentimiento siegue intacto como clave de bóveda de los delitos sexuales. No es fácil, ni los expertos se ponen demasiado de acuerdo. UP sí considera que la nueva ley desplaza el consentimiento mutuo como eje del delito, lo que se ha resumido popularmente en el solo sí es sí. Sostienen que las enmiendas ponen la carga de la prueba en la víctima y no en el agresor, de manera que estas deberán demostrar que han sido agredidas a través de lesiones o heridas.

El Partido Socialista defiende lo contrario: sostiene que su propuesta, que ha consistido en elevar las penas creando una variable para el delito de agresión cuando exista violencia, intimidación o en el caso de que la voluntad de la víctima esté anulada, no toca para nada el consentimiento ni lo mueve del eje clave de la ley. Los socios de Gobierno no debieron llegar hasta aquí. Ahora el roto es enorme tanto en el gobierno como en la calle y en el movimiento feminista. Y se siguen necesitando por más que se acusen de traición y otras felonías de rango mayor.

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