Somos mudables. Nos impacta un hecho y al poco tiempo lo archivamos, sustituido por sucesos más recientes. El gran Forges en sus viñetas, tras un terremoto que asoló uno de los países más pobres de la tierra, firmaba con un “pero no te olvides de Haití”. Hay cosas que tienden al olvido. El Evangelio, cada domingo, nos alerta de que no debemos olvidar a los pobres. Viene el tema porque se anuncian misiones evangelizadoras a zonas desfavorecidas de la ciudad. Siendo una gran idea, necesita de una reflexión profunda, extremando el cuidado y delicadeza a la hora de realizar estas iniciativas. En esas zonas de la ciudad ya hay hermandades trabajando, entre otras, los Gitanos con el Proyecto Cayetana o el proyecto de mentorización; la Soledad con Azarías o el propio consejo con Fraternitas, o la Asociación Maruja Vilches (a la que negamos el pan y la sal sin valorar su incesante labor ¿cuándo se le reconocerá debidamente?); y hay allí una hermandad (Bendición y Esperanza) cuya mejor carrera oficial no se desarrolla por el centro, sino por las calles de su barrio: pues apoyémosla.

¿Cabe la Esperanza allí? Cabe, aunque sea de faro o lucero al que seguir. Que nos lleve a unas calles donde la pobreza se vive con dignidad, puerta con puerta con nuestras costumbres ostentosas. No vayamos de paternalistas salvadores. Fiémonos de los que trabajan allí desde hace años, escuchemos de verdad sus necesidades, y ayudemos si es necesario guiados de los que saben: los que semana a semana recorren sus calles, dando clase o asistencia social. No nos montemos en el berlanguiano motocarro de Plácido. No puede ser un viaje de ida y vuelta. Vayamos detrás de la Esperanza. Estará bien tirada la ficha de la evangelización por el señor arzobispo si entendemos que la evangelización necesaria es la propia, la de llevarnos allí para descubrir que nuestros hermanos sufren pobreza a diez minutos de nuestra casa. Que además de Esperanza hay que crear allí trabajo y oportunidades. Que además de fe, hace falta pan. Que no podemos seguir viviendo en nuestra burbuja, como si no existieran. Evangelicémonos pues.

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