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Con una estrella de Hollywood en el plató es difícil fallar, aunque te puedes topar con un actor, tal vez con un mal día porque fallaba el aire acondicionado del cabify, que responda con monosílabos. Pero son casos improbables. En modo promoción los rostros de la taquilla son tan vivarachos como los caniches almidonados que aparecían en la carpa de Miliki y Fofito. Una manera de demostrar su grandeza es que son capaces de prestarse a cualquier pantomima que se les proponga, de ahí que El Hormiguero encontrara un fenomenal escaparate en todas esas stars dispuestas a hablar de su libro, de su estreno y de lo que se tercie. Hay asteroides nacionales que deberían recibir un máster de relaciones públicas e imagen personal.

La pasada semana Ryan Reynolds se sometía a ese concurso de mirada fija en la pantalla y rizó lo que ya hicieron algunos de sus predecesores superando en más de dos minutos la marca de estar sin pestañear ante los focos. Esta prueba ojiplática no da ni para un rato de juerga, pero lo que sería algo tan discutible como un primer plano mudo se convierte en una muestra de credenciales entre los hollywoodienses que pasan por la fiesta de Motos. Al de A-3 les llega el personal mentalizado pero aun así el equipo logra que se luzcan más. Sería fácil criticar tantos tópicos del valenciano, pero su espacio es de lo más sano y divertido de una desanimada parrilla nocturna que se hace añicos cada día. Al lado de Cárdenas, un poner, Motos es DeGeneres con barbas.

En la televisión en España hay tipos que desde la humildad de haber empezado de becarios se sostienen con lucidez digna. Lo de Christian Gálvez multiplica su valor tratándose de una figura fija de Mediaset. En la sobremesa su Pasapalabra parece emitirse a destiempo, pero en su hábitat natural de ir por delante de Piqueras sigue bruñendo el logotipo generando audiencia con interés y buen ambiente. Estuvo el domingo con Risto y, reiteraciones de Da Vinci aparte, le regaló unos minutos impagables.

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