Visto y Oído

Francisco Andrés Gallardo

Veneno

11 de noviembre 2016 - 05:20

El Mississippi era un club nocturno, ejem, con dimensiones de supermercado que estaba de moda a mediados de los años 90 en Madrid, tiempo ya de pelotazos y tarjetas black, entre el tardofelipismo y el aznarismo rampante. Por este megalupanar a las afueras transitaban algunas de las figuras más ilustres de este país, de ahí que el nombre de aquel programa de Telecinco tuviera su retintín aunque a gran parte de la audiencia le inspirara un tono de película del Oeste. Pepe Navarro abrió la parcela personal y canalla de la medianoche y ya con la invitación a cruzar el Mississippi mostraba toda su intención. Y su propuesta gustó, más que nada porque el público estabo deseosa de nuevas experiencias para compartir con su televisor. Nuevas horas y asuntos hasta entoces escondidos, con mucho humor, con el reportero provocador Santiago Urrialde (surgido bastante antes del Caiga quien caiga) y con Carlos Iglesias como Pepelu, parodia frente a la competencia matriarcal que ya interpretó en aquellos caóticos matinales de churrete de Navarro. El cordobés siempre fue tan arrogante como se nos antojaba en la pantalla, una altanera estupidez que tampoco se empeñaba en disimular, como su gusto por el morbo. Sabía lo que quería el público. O eso pensaba él.

El equipo de Navarro se marchó a los estercoleros urbanos y de allí extrajo a la desdichada de La Veneno, con sus tetas oreadas mientras escupía a la cámara sus exabruptos y vivencias sinceras. Hasta entonces personajes como el transexual almeriense no habían tenido tan reiterada aparición y a los noctívagos les hacía reír la furibunda actitud de la vehemente prostituta. Dispuesta a todo para un circo cada vez más sucio y apestoso, La Veneno fue exprimida hasta sacarle su última gota de indignidad y en cuanto la telebasura real se fue al garete, ella fue la primera en irse por el desagüe.

Ni era baluarte de la homosexualidad, ni tenía valor periodístico o de entretenimiento. Era más bien una pura víctima. Un juguete (sexual) roto.

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