Análisis

CÉSAR ROMERO

Escritor

Vísperas

No hay ciudad como Sevilla que disfrute más de la víspera de la fiesta que de la propia fiesta.

QUE las navidades se van acercando se nota no cuando aparecen los dulces típicos en los supermercados, pues esto ocurre aun con temperaturas veraniegas, ni cuando se enciende el alumbrado decorativo en las calles más comerciales de la ciudad, sino cuando algunas frías mañanas escolares se ven filas de niños pequeños, agarrados a una cuerda o cogidos de las manos, guiados por sus profesoras, normalmente, camino de algún belén. Uno, con la engreída estupidez de la llamada mediana edad, repara en la bendita inocencia de sus caras y en la algarabía despreocupada que forman y piensa que por suerte desconocen lo que les espera en la maldita realidad de la vida, sin pararse a observar a esas viejas que, al verlos pasar, suelen detener su paso y esbozan una sonrisa al mirarlos y se recrean en su contagiosa alegría. Estas viejas sí saben en verdad en qué consiste esta vida, ahora que han llegado a la última vuelta del camino, y quizá por eso se paren a mirarlos y se sonrían con placidez. Están gozando de la felicidad de la víspera, pues cuando llegue la fiesta apenas tendrán algo que celebrar, sobre todo en días en los que, para ellas, los ausentes superan con creces a los presentes.

No hay ciudad como Sevilla que disfrute más de la víspera de la fiesta que de la propia fiesta. Quizá por eso los capillitas disfruten tanto o más en las semanas y meses previos a su semana grande que en ella, o los feriantes en el montaje de sus casetas que durante la propia feria, o los taurinos en el silencio expectante previo a la faena de su torero predilecto (y la proliferación de procesiones fuera de esos días o el alargue de la feria para incluir las vísperas o el silencio obligado que los foráneos imponen al aficionado sevillano, si aún existe, son reacciones que quizá vayan en contra de la forma de entender las fiestas en esta ciudad).

Puede que no sea casualidad que Pedro Salinas, mientras vivió en Sevilla, escribiera su libro Víspera del gozo. Salinas, que cantó como pocos al amor y vio que en la anticipación del tiempo junto a la persona querida, y su posterior rememoración, quizá haya tanto placer como en las horas veloces en las que estoy contigo, apresó al vuelo el espíritu de una ciudad que disfruta más con los preparativos que con la celebración, que siempre anda buscando un aniversario, una gran exposición, un acto lustroso y aún distante que le garantice el disfrute de una larga víspera. Puede que este carácter sea incompatible con los proyectos de esos emprendedores que echamos en falta, aunque los haya, pero uno se fija cada vez más en esas viejas que se paran a mirar las cuerdas de niños camino de los belenes y tiende a pensar, con su ciudad (quién lo hubiera pensado hace unos años), que sí, que son más festivas y alegres las vísperas que la propia fiesta.

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