
TRIBUNA ECONÓMICA
Joaquín Aurioles
Alquileres
El afán recaudatorio de la FIFA y de la UEFA no tiene límites. Tiene sus cosas buenas: la primera, que el aficionado que no se cansa de ver partidos de fútbol por la tele tiene un menú cada vez más copioso, pantagruélicos son los banquetes, aunque ya se sabe que a más cantidad, menos calidad y a veces, hasta quinta gama; la segunda, que la creación de nuevos torneos abre la puerta a que más clubes engrosen o estrenen su palmarés internacional, lo que sin duda es fantástico, pues el término “título internacional” es rotundo, perfecto para la fiesta más desaforada y el orgullo a flor de piel.
Pero ese calendario-armario que padecemos en el fútbol de la hora, donde no hay semanas despejadas –¿alguien tiene en su casa un armario sólo a medio llenar? ¿a que no?– está menoscabando el espectáculo hasta límites inadmisibles. No es la primera vez que escribo sobre esto, pero en los estertores de nuestra temporada, y con ese engendro del Mundial de Clubes asomando ya por el horizonte, la denuncia debe ser un clamor.
Los medios capitalinos, sentenciada ya la Liga, enfocaban el interés del Sevilla-Real Madrid de ayer, aparte de la lucha por el Pichichi de Mbappé, en la proyección de la plantilla blanca hacia ese inminente Mundial, en el que Xabi Alonso recibirá el testigo del venerable Carletto. Y trato de adivinar qué se les pasa por la cabeza a esos chavales –multimillonarios, sí, pero trabajadores al fin y al cabo que se merecen sus buenas vacaciones y un respeto a su labor– cuando se deben tragar, en Estados Unidos además, esa suerte de maléfica prórroga laboral. El 18 de junio debuta el Madrid ante el Al Hilal y tres días antes, incluso, lo hace el Atlético ante el PSG.
No tiene sentido en el hiperprofesionalizado fútbol de hoy, donde todo está tan analizado y medido con sesudos planes y programas, que los sobreesfuerzos estiren las musculaturas hasta una clamorosa hiperextensión. Pero si los clubes ponen la mano y transigen...
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