Análisis

rogelio rodríguez

El cautivo no tenía otra salida

Concluyó el esperpento. Hace ocho meses y medio, el balance político de Pedro Sánchez se resumía en tres o cuatro renglones torcidos. Sólo figuraba el titulillo de su audacia para reconquistar la Secretaría General del PSOE y la mancha de la mayor derrota electoral sufrida por el socialismo. Pero la cuerda que separa la casualidad del destino es muy estrecha, y la casualidad surge a veces de la osadía, que también es pariente de la codicia y de la imprudencia. Tres condiciones que Pedro Sánchez ha exhibido con largueza en este tiempo. Su Presidencia era fruto de una carambola diabólica, que, sin embargo, pudo haber rentabilizado si hubiera cumplido la promesa de convocar elecciones de inmediato. No lo hizo, y el corolario que pone fin a la legislatura más tóxica de la democracia lleva el sello de sus más innobles socios de investidura.

Los comicios generales del próximo 28 de abril no los convoca el presidente Pedro Sánchez en un acto de responsabilidad institucional, sino que lo hace forzado por el independentismo catalán. Quim Torra y el fugado Carles Puigdemont responden a una estrategia superior y mendaz que pasa por el juicio en el Supremo contra los dirigentes del procés encarcelados y va más allá de las 21 indecentes exigencias que el valido entregó a Pedro Sánchez, a sabiendas de que éste no podría cumplirlas, al menos en su mayor parte. Despeñar al Gobierno más asequible para los intereses nacionalistas conlleva la posibilidad de que un nuevo Ejecutivo de centro derecha aplique con todo rigor el artículo 155. No es creíble que se trate de un arrebato suicida y no es, por tanto, descabellado pensar que el secesionismo juega con dos barajas untadas de pólvora, y la segunda está por descubrir. ¿La conoce, o intuye, el Gobierno?

Pedro Sánchez, con tal de mantenerse en el poder, había matrimoniado con Podemos y mancillado la dignidad de la España constitucional con sus cesiones al nacionalismo más felón. Ha tolerado la indecible. Hizo y ofreció cuanto pudo, a las claras y a hurtadillas, pero no podía dar más. No se lo permitía la legalidad y tenía en contra a una parte ya considerable del PSOE. El cautivo sólo tenía una salida que, a su vez, puede servirle de coartada en su huida hacia las urnas. Está implícita en sus palabras de ayer. Sánchez, que evitó denunciar a los secesionistas, adoptó una actitud adánica y victimista e inició sin rubor su campaña electoral erigiéndose en paladín de la España unida y progresista, y aprovechó para apercibir al grueso del electorado del peligro que representaría el triunfo de la derecha desleal y retrógrada, en la que incluye a los partidos que defienden la Constitución y la solidaridad territorial.

Sánchez arranca su campaña como empezó su mandato: dando tumbos con la momia de Franco. Y en los próximos días viajará a Montauban y a Colliure, en Francia, para visitar las tumbas de Manuel Azaña y Antonio Machado. Ni el Falcon ni el fotógrafo de La Moncloa van a dar abasto.

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