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Tacho Rufino

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Quién dijomiedo

Afrontemos la Nochevieja sin hacer una catarsis grosera y falsable; no aceptemos como dogmas los malos auguriosRebelémonos contra los agoreros y los cenizos: somos los días que nos quedan por vivir

Rebelémonos contra los agoreros y los cenizos: somos los días por vivir".

Un conocido se ha granjeado fama de rumboso entre sus allegados con un recurso simple y de lo más eficaz. Cuando quiere invitar, le suelta al camarero la frase mágica, una de esas que se dicen siempre en las mismas situaciones y siempre con el mismo efecto: "Cóbrame esto, que hoy es mi cumpleaños". Si lo miramos bien, tiene razón: cada día se cumple un año, y comienza otro. Pero no nos pongamos infinitesimales. La verdad es que hoy acaba el 2022; técnicamente es así. Día propicio para recapitular, y de paso a desmelenarse. Que el mundo se va a acabar, y toca poner el contador a cero justo para abrazar la última gran resaca. Aunque en la España de los horarios Made in Spain la escurridura de las navidades llega hasta el 7 de enero. Hoy, para colmo de arreones de última hora, los españolitos llenaremos el tanque del coche tras haber hecho la enésima cola en un supermercado y quizá bebido el último y tan de mal gusto y tan pernicioso cava semiseco (que ya son ganas de beber, ¿no creen?). Hay gente que sufre el horror vacui del hogar, y se arracima por algún enigmático motivo -entre gregario y desesperado- en la Puerta del Sol para escuchar a codazos los cuartos de campanada, los medios engollipados y los enteros hasta el amanecer. Hemos visto nacer el término "preúvas", o sea, un evento callejero previo a las doce uvas de pata negra: no digo más. Francamente, se le zarandean a uno los pilares culturales. ¡Preúvas!: tómate algo, y fuerte, antes de que se haga tarde.

Los informativos estuvieron ayer de lo más casandrianos. Ya saben, Casandra, de la que se enamoró Apolo y a la que, por tal amor, el dios griego otorgó el don de la profecía. Sucedió que ella rechazó a Apolo, y él, desairado, le mantuvo el don, pero se las compuso para que nadie la creyera más nunca. Volviendo a los noticieros de los últimos días del año, usted dirá que, si el casandriano es el vaticinio cenizo y agorero, tampoco puede ser una revisión cronológica de lo que acaba de suceder en los 365 días anteriores. Y sí, pero no: lo que priva en estos acelerones informativos de ultimísima con los que se sintetiza la faena poliédrica de un ejercicio de 365 jornadas no es tanto contar lo sucedido, sino meterte el futuro inmediato en caja (no caja de pino barnizado, sino caja mental: en el mensaje, el augurio de inquietud da morbo al emisor y al receptor). ¿Por qué no proponer un giro de 180 grados al mito de Casandra?: neguemos las profecías malajosas que nos promete el pasado de doce meses. Seamos Apolo, abracemos cierta belleza, por compasión aunque sea: que diga Casandra lo que sea, aunque sean hipótesis tan oscuras, por mucho que el panorama no pinte bien (¿ha pintado bien alguna vez?). Que chifle el tren a nuestra espalda, que se aparte él, que nosotros le haremos oídos sordos. Huelga de orejas caídas. Líbreme el altísimo de caer en las redes fatuas del wishful thinking, esto es, del pensamiento positivo de autoayuda, con su habitual confusión de deseos y realidad. Tate con la magia guay como vía para afrontar los problemas.

Cabe también hacer un pequeño alegato realista, sin revoluciones etéreas con ocasión del 31 de diciembre. Ya van varias promesas de cataclismo. Si usted está en edad madurita, recordará que la crisis del ladrillo y financiera nos iba a dejar apisonados. También, más reciente, recordamos que hace nada nos prometían sangre, sudor y lágrimas aquí en España, y más aquí que en ningún lado. Y resulta que soportamos bien la inflación -casi como ninguno en la UE-, y que el paro no alarma más que hace un año, y que morirnos, lo que es morirnos, no nos vamos a morir tan de la noche al día.

Buena noche. Y mejor mañana, pues. A por 2023, que son dos días: ¿quién dijo miedo? Somos los días que nos quedan por vivir.

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