Tomando como variable a explicar las hospitalizaciones y muertes por Covid-19, podemos hacer simulaciones con tres grupos de variables: las medidas de control de la infección (protección personal, aislamiento, pruebas, seguimiento); el comportamiento social, que tiende al incumplimiento; y los contagiados más los vacunados, que reducen la probabilidad de contagios. Cuando el número de enfermos y muertos desciende las medidas sociales se relajan, y el comportamiento todavía más; en la hipótesis de haber mantenido las restricciones iniciales a la movilidad de hace un año hasta que empezaron a ponerse las vacunas, las muertes habrían sido una fracción, quizás un 30% de las que se han producido; y lo mismo ocurriría de mantener las restricciones hasta que el programa de vacunas supere el 75%. En cualquier caso, surge siempre la vacuna como determinante.

Por qué la UE, una zona rica, con alta tecnología, instituciones sólidas, buen sistema sanitario, y preocupación por la protección social y del ciudadano, no llega al 20% de la población vacunada, mientras que Reino Unido y Estados Unidos alcanzan el 60% y 40%, respectivamente. La sociedad europea es muy crítica y la oposición política y medios de comunicación aprovechan cualquier error de forma desproporcionada, lo que lleva a que las decisiones se tomen con exceso de cautela, que la burocracia europea haya puesto por delante el precio de la vacuna a la garantía de suministro, y la vacunación resulte insoportablemente lenta. La suspensión de la vacuna de Astrazeneca (AZ) ha sido una mala decisión, retrasando injustificablemente la vacunación y sembrando dudas entre la gente.

En 1999, Sally Clark, una joven británica de 34 años fue condenada a cadena perpetua por el asesinato de sus dos bebes en 1996 y 1998 cuando tenían pocos meses, ambos por muerte súbita. La condena -luego anulada- se basó en el informe experto de Sir Roy Meadow, una eminencia pediátrica, que calculó que la probabilidad de una muerte de estas características en una familia era de 1 en 8.500, y al ser dos la multiplicó por otra vez 1 en 8.500, resultando 1 en 73 millones, lo que llevó al tribunal a considerar que la causa de muerte natural era prácticamente imposible. El error terrible fue no considerar que las muertes podrían estar relacionadas por algún problema hereditario, por lo que la segunda vendría determinada por la primera.

Este caso es un clásico en estadística y análisis bayesiano, y aunque no tiene que ver directamente con el tema de las vacunas, sacamos una lección doble. Primera, hay que pensar más allá de la duda razonable, y plantear con más lógica los problemas; cuando se toma un medicamento, o se pone una vacuna, se están comparando los perjuicios que puede ocasionar frente a los beneficios, y con AZ ha pesado más la probabilidad remota y sin prueba de que se produzca un trombo, que la certeza de las vidas que se pierden mientras no se vacuna. Y segunda, que la ciencia y la estadística -médica, económica- bien entendida, está para dar confianza; todas las personas deberían saber que las vacunas tienen efectos previsibles o no, y una buena información pública tendría que aportar el conocimiento científico de consenso adquirido a partir de los millones de vacunas inyectadas.

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