Como ocurrió el 12 de octubre, cuando los políticos de la Transición acudieron en masa a la Fiesta Nacional, el aniversario de la Constitución estuvo plagado de rostros de la generación del 78, los españoles que se dejaron la piel por sacar adelante la Carta Magna que hoy cuestionan los nuevos dirigentes políticos. Estaban incluso los tres ponentes que quedan vivos, Miguel Herrero de Miñón, José Pedro Pérez Llorca y Miquel Roca, aunque este último no era habitual en años anteriores. Como tampoco lo era Alfonso Guerra, que estaba allí. O Josep Borrell, convertido en un referente de la política catalana.

No eran los únicos nombres de la generación del 78 que sigue atónita, y con cierta tristeza, los intentos de desarticular la Constitución, como defienden algunos; por ejemplo, Pablo Iglesias, que por primera vez acudió a la cita como diputado. Pedro Sánchez se mueve en un espacio intermedio: más reforma que la pretende Rajoy pero sin entrar a saco en el texto.

A los presidentes autonómicos, Vara, Page, Feijóo, Díaz, Herrera... les preocupa las cuestiones de financiación. El presidente manchego fue sincero: el sistema español se asemeja mucho al federal que promueve el PSOE, pero son necesarios ciertos retoques para que nadie se sienta agraviado. Con un apunte interesante: muchos de los problemas que hoy se sufren podrían subsanarse desde el Gobierno central con la aplicación de las leyes de armonización.

Cataluña estaba en todos los corrillos. Había unanimidad en que será Colau quien decida si habrá un Govern constitucionalista o independentista, así como en que el juez Llarena ha tomado una decisión muy inteligente al retirar la euroorden contra Puigdemont. Contaban en el Congreso que la idea del ex president era presentarse por sorpresa en un acto en Cataluña después del 14 de diciembre, porque pensaba que el fiscal belga se iba a pronunciar a su favor. Tras la iniciativa de Llarena, su gozo en un pozo: si regresa, le espera la cárcel.