Un español, Mikel Nieve, es considerado hoy día uno de los mejores gregarios del pelotón ciclista internacional, si no el mejor. yY me cuesta hallar un papel más sacrificado en el deporte profesional que el de estos estajanovistas que echan el bofe para que el jefe de filas luego, si da la cara, se lleve la gloria de los flashes, los besos de las azafatas, los titulares de prensa y por supuesto más dinero, aunque también es justo recordar que las victorias de los grandes campeones también esparcen billetes entre sus subordinados.

Cuando era un niño y veía los resúmenes de las etapas de la Vuelta a España, me llamaba la atención que el narrador destacara cómo "Perico Delgado tira de Ángel Arroyo" cuando el puerto se empinaba y los vatios bajaban en las piernas. Como si el segoviano empujara al entonces líder del Reynolds... Y lo que hacía era ponérsele por delante y marcar un ritmo más alto para rebañar las energías del perseguidor. Hay mucho de psicológía en el sacrificio del gregario para que no desfallezca el jefe de filas.

Y esa idea me ha venido a la mente en cada uno de los finales de partido de Liga que he visto estos días. Cuando llega el cuarto de hora final y los cuerpos de los futbolistas empiezan a acusar este extrañísimo tiempo de confinamiento, primero, y entrenamientos condicionados luego, los partidos se abren y entran en otra dinámica más incierta y azarosa. Ahí es donde el jugador echa de menos a los miles de gregarios que siempre se han dejado el aliento desde la grada. Por ejemplo el Athletic en San Mamés. El aficionado, como el ciclista que tira del compañero a pedales, no es que suba a rematar un córner o le haga una cobertura al lateral que sube la banda, pero esa energía mental que baja de la grada mucho tiene que ver en que el futbolista saque un arreón extra y termine de vaciarse en la hierba. Quienes más echen de menos a esos gregarios de la grada lo pasarán peor de aquí al 19 de julio.