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Análisis

Juan Antonio solís

La herencia de la memoria

Enrique, macareno de una pieza, se nos fue mientras su Sevilla se enseñoreaba de Roma

Una gélida ráfaga bajó desde el compás de San Gil, cruzó el arco y rompió en un quejío de corneta. Ocurrió el pasado jueves por la tarde. Cuando su Sevilla del alma, de grana y oro, como cantaba su hermana Juana, se enseñoreaba de Roma, desfilando con el distintivo de imperator de la Liga Europa en el brazo. No cupo una despedida más hermosa para un macareno de una pieza, como era Enrique Reina Castrillo. Su amor a la Esperanza, el mismo que le declaró desde que tuvo uso de razón al Sevilla, era tan fervoroso como contenido, lo vivía para sus adentros. Pertenecía a esa estirpe de sevillanos auténticos que huían de la ojana como del aceite hirviendo. Por eso su sonrisa no tenía pliegues ocultos y su gente lo adoraba tal como era.

Con Enrique se va un pedacito más de aquel Sevilla castizo, el que iba en tranvía al Viejo Nervion, el que aún late en los socios que frisan o ya cruzaron hace años los tres cuartos de siglo. Hace poco, con la muerte de Pahíño, le asaltó a la memoria el gol del entonces céltico en la final de aquella Copa del 48, la tercera que bajó hasta Sevilla. Allí lo festejó él en el abigarrado graderío.

En aquel fútbol donde las crónicas lo descubrían y describían todo, hasta las caras de los futbolistas, Enrique viajó en cierta ocasión con su Sevilla a Vallecas y tan bien vestido y maqueado iba, que lo invitaron a entrar al estadio como si de un jugador más se tratara. Y allá que se metió. Eran los tiempos en que Di Stéfano era más soñado que visto, aunque él lo vio tan de cerca que proclamaba, convencido, que nadie jugó como él.

Ya reposa donde ansiaba, donde su amada Rosario. La herencia de la memoria, sin tributo alguno a Hacienda, palpita en cada estadio cuando de repente queda un asiento vacío. Sus nietos Kike, María, Arturo y Francisco Javier, también su bisnieto Alejandro, lo sentirán a su lado cada vez que vuelvan a Nervión y suenen acordes de lenguas antiguas.

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