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Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La inflaciónbandolera

A río revuelto, ganancia de 'artistas': "Si me suben un 20, yo repercuto un 60", y ése es el plan de algunos profesionalesUna parte demasiado grande de la subida de los precios se debe al lápiz espabilado

Solemos mencionar en estas páginas una paradoja que está entre la macro y la microeconomía: aunque no acaba de hacerse patente en las cifras macro del PIB -entraremos en recesión técnica tras el primer trimestre de del 2023, según la Airef-, el tsunami de la Guerra de Ucrania está cantado... pero, entre que llega y no, la economía doméstica, micro donde las haya, sufre de una inflación galopante, no sólo en la fruta o el repostaje de carburante, sino también, y a lo bestia, en cualquier tipo de reparación o reforma del hogar. Salvo para los pepitogrillos que todo lo hacen mucho más barato que tú, poner una solería cuesta el doble que hace un año, un pintor te cruje otro tanto extra, un herrero, lo mismo: los con guasa denominados artistas -debe ser por su peculiar formalidad y su carácter de demiurgo, o sea y en la Grecia antigua, de artesano del universo- se han venido arriba de una forma lacerante para el bolsillo familiar, que permanece constante. Todos aducen que ellos repercuten al cliente el mayor coste de sus materiales, lo propio de un proceso inflacionario. Sin embargo, es en muchos casos es más que sospechosa tal repercusión. Y es que el libre juego de la oferta y la demanda es una bella utopía en el país de los pícaros y los esquilaches embozados en capas de puro morro: tonto el último. Y el último es el consumidor final, o sea y junto con otros agentes menores, familias.

Valga un ejemplo de andar por casa, o por las cubiertas de casa, por precisar más. Se piden tres presupuestos para impermeabilizar dichos suelos de intemperie. No tanto por una vocación de ecónomo presupuestario, sino porque los dos primeros te dejan tirado una semana tras otra, después de haber dado unos precios aéreos. O sea, cabe deducir: no paran, y van liquidando sus encargos más jugosos; una familia puede esperar, los salmones son abundantes y están cansados en la cabecera del río que remontan cada mes, la pesca está asegurada. Unos cinco meses entre el primero y el segundo, sin aparecer y mareando con que si voy pero no voy, o el simple desdén aprofesional de no responder al teléfono. El tercero te pide una cantidad sin más, es decir, se niega a dar un presupuesto detallado, porque dice que eso les sirve a los clientes para comparar y negociar con otros: para qué moños pensará el crack que uno pide presupuestos. Pero más allá del chuleo propio de la posición dominante -reitero: están a tope de trabajo, no sólo el lobby del clorocaucho-, resulta que los tres presupuestos varían entre 16 el metro cuadrado, 35 y 66: para la misma superficie y la misma técnica. "Te mueves más que los precios", decía Chiquito. Más que los precios de la pintura sintética estirenada (creo que así se llama).

Pero más allá de la mala suerte de toparse con aficionados colapsados de trabajo -toma paradoja-, hay una reflexión más desoladora: una parte de la inflación que sufren más que nadie las economías domésticas se debe a la metida de lápiz pura y dura: "Métele ahí p'arriba, Paco, vamos a hacer caja que la cosa está calentita y tenemos una coartada". Falsa cual Judas de plástico, pero coartada. "Si nos han subido un 20%, nosotros subimos un 60% el precio de nuestra faena". Por tanto, de la inflación galopante hay una parte que no es importada, ni reduflacionada, ni leches: es una inflación bandolera. Al principio de la escalada de los precios -digamos a finales de 2021, y hasta hoy-, los propios stocks o género contratado -de muchos y diversos materiales- ya se estuvieron vendiendo con el plus tempranillo, aunque su coste era el antiguo, el normalito. ¿Sucede esto en otros países socios de la UE? Lo desconozco. Aquí, desde luego, sí. Como no podía ser de otra manera. ¿Excepciones? Haberlas, haylas, ¿no?

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