Análisis

Tomás García Rodríguez

Doctor en Biología

La judería sevillana

Hay que hacer hincapié en un cierto olvido institucional hacia esta espléndida judería

Sevilla posee una antigua judería que mantiene, prácticamente, el mismo trazado que mostraba en la Baja Edad Media, cuando estaba confinada dentro de una muralla adosada a la circundante a toda la ciudad. La línea marcada por las calles Santa María la Blanca y San José dividiría virtualmente el barrio sefardita en dos zonas, los actuales barrios de Santa Cruz y San Bartolomé.

El primero se encuentra hoy invadido por bares y tiendas de regalos, y sólo desde hace unos años se muestra al viajero con ciertas pinceladas históricas que rememoran algo de su esplendoroso pasado judaico. En lo que respecta a mi barrio natal de San Bartolomé, ni se muestra de forma apropiada ni se pone en valor para sevillanos y foráneos, a pesar de englobar en su día el contingente más relevante del grupo semita hispalense. En este sector, se levantaban los principales palacios de prohombres muy influyentes en la vida política, social y cultural de toda la urbe: los desaparecidos de los Céspedes y los Levíes, el Palacio de Altamira, remozado en época renacentista, y el de los Padilla dan testimonio de ello.

Existían tres sinagogas, construidas sobre mezquitas donadas a la comunidad hebraica por Alfonso X El Sabio después de la conquista cristiana, además de una veintena de escuelas talmúdicas en toda la provincia. Una de las sinagogas se localizaba en la actual Plaza de Santa Cruz que, después de ser iglesia cristiana, fue derribada por los franceses en 1810; otra se emplazaba en los terrenos ocupados hoy por la Iglesia de San Bartolomé, siendo la de mayor tamaño; y la tercera correspondía a la Iglesia de Santa María la Blanca, que mantiene restos importantes de su pasado como Sinagoga Mayor, debido a su preeminencia y función principal. Quizás existiera una cuarta en el enclave del Convento de Madre de Dios, aunque es dudosa su existencia y localización. La necesidad real de tantas sinagogas y escuelas talmúdicas aporta datos fehacientes de la notoriedad de este activo núcleo judío. Diversas actuaciones contemporáneas han propiciado la restauración privada de la Casa de los Padilla, así como la rehabilitación del Palacio de Altamira por parte de la Junta de Andalucía.

Hay que hacer hincapié en un cierto olvido institucional hacia esta espléndida judería, con reminiscencias propias, que figuró como la segunda en importancia de toda la península después de la toledana, con unas 450 familias en el siglo XIV, lo que se traduciría en cerca de 3.000 habitantes. Las vidas de estos sefardíes y la de muchos conversos después del asalto a la judería en 1391, las deportaciones parciales en la Baja Andalucía de 1483 y el Decreto de Expulsión de 1492 se incardinaron de una forma decisiva en el alma de la antigua Ishbiliya y dejaron una impronta indeleble en sus moradores y descendientes, palpable en nuestros días, así como en el desarrollo de una metrópoli que alcanzó un lugar muy destacado en todo el reino castellano y en el devenir europeo.

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