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Enfrentarse a una página en blanco, a los que nos dedicamos a esto de juntar letras, nos produce auténtico pavor. Tanta pulcritud nos provoca desasosiego, sobre todo si nuestra tarea es corromper su belleza con litros de tinta y no sabemos por dónde empezar. Las ideas se apelotonan en la cabeza pero no encuentran la puerta de salida. Mucho que decir y ninguna forma de hacerlo. La frustación se apodera de nosotros cuando, depués de veinte minutos observándola -como si en algún pestañeo las palabras fuesen a aparecer por ciencia infusa-, todavía no hemos sido capaces de meterle mano.

Los que tenemos malos vicios recurrimos a ellos, tal vez el humo de un cigarro encienda nuestra bombilla. Otros contemplan las nubes esperando llegar a una especie de Nirvana lingüístico donde dar con la forma perfecta de manchar su página. Otros, los más impacientes, golpean todo aquello que tengan a su alcance, del mismo modo en el que golpeábamos la tele cuando la imagen empezaba a distorsionarse. Diversas metodologías para llamar a las musas, que sin Whatsapp, Facebook o Instagram aparecen única y exclusivamente cuando les apetece. Pero, ¡ay si no aparecen! Entonces nos sale una especie de tic en el ojo, el primer síntoma del síndrome de la página en blanco. Luego se nos desencaja la mirada y nos volvemos seres nada afables y tremendamente irascibles. No hable a un juntaletras cuando es capaz de hacerlo todo, menos juntar letras. Hasta que de pronto, cuando el suicidio alfabético parecía inminente, sucede la magia.

La muchedad, la mejor cualidad que poseía Alicia y el Sombrero Loco la invitaba a conservar de por vida porque la hacía especial, aparece. Las letras fluyen con rapidez, la prosa tiene ritmo y las ideas se encadenan. La página en blanco está perfectamente manchada. El sentimiento de plenitud es indescriptible.

Supongo que ocurre lo mismo cuando en tu vida acabas un capítulo y te toca escribir el siguiente, cuando al final de un día pasas página y tienes que pensar en las letras que compondrán la siguiente. Cuando no sabes si quieres una epopeya, una tragicomedia o un libro de aventuras. Pero tranquilos, la muchedad siempre vuelve, palabra de periodista poco inspirada.

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