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Análisis

Jesús Alba

A quitarse el sombrero con Pablo

Hizo de un descampado un santuario en el que educó -no fabricó- a futbolistas y a personas

Tampoco en su época estaba ya extendido el uso del sombrero, prenda que cayó en desgracia sobre la década de los cincuenta, cuando los campos de fútbol eran un mar de bombines, panamás, borsalinos, chambergos, y en su versión más informal, de boinas y gorras.

Pero la expresión, aún vigente, la merece. La merece el futbolista, la merece el gestor y la merece la persona. Como buen conversador, pone por delante lo que puede escuchar a lo que puede decir, algo que, como el uso del sombrero, convierte a estas personas en especímenes preocupantemente en riesgo de extinción, mucho más en un mundo en el que manda el ego como es el fútbol profesional.

Y ese saber escuchar es lo que ha hecho de Pablo Blanco el más merecido de todos los Dorsales de Leyenda que ha otorgado el Sevilla FC y con el que honrará este jueves a un personaje que en la historia del Sevilla apenas pueden hacerle sombra su maestro, Juan Arza, y veremos (en partidos jugados ya sí) si Jesús Navas. La humildad con la que ha ido demorando el homenaje no ha de quitarle boato a su figura como futbolista, la que aburrió a Cruyff y a Maradona; ni a la de descubridor de promesas y gestor de sueños, los de miles y miles de chiquillos que han pasado por la ciudad deportiva cuando aquello, tierra pura y albero, era de todo menos una ciudad. Cuando allí nadie sacaba pecho y cuando se sustituía un lavabo roto por uno nuevo sin que nadie se enterara.

Lo que se glosa este jueves en el antepalco del Ramón Sánchez-Pizjuán es mucho más que una carrera deportiva, trece años calzándose aquellas recias botas Adidas, siempre Adidas, y un mogollón de tardes a la intemperie de esos entrenamientos en los que se educaban -no se fabricaban- futbolistas y personas, ya fuera para ser campeones del mundo o para acabar como agentes de seguros.

Quitarse el sombrero es lo mínimo. Medio siglo de dedicación al Sevilla así lo valen.

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