Análisis

Jerónimo Páez

Abogado y editor

El trágico impacto del desarrollo científico técnico en la evolución humana

El autor señala que la Humanidad no ha tenido nunca un mayor nivel de bienestar, pero avisa de que la ciencia y la tecnología son al mismo tiempo la solución y el problema

La amenaza de un cataclismo nuclear cobra más fuerza que nunca.

La amenaza de un cataclismo nuclear cobra más fuerza que nunca.

Nunca hemos gozado de más riqueza, bienestar, mayor nivel de vida y salud que en la actualidad. Se debe al impresionante desarrollo que nuestros antepasados, gracias a su alianza con la ciencia y la tecnología, iniciaron en las primeras décadas del siglo XVIII con la Revolución Industrial.

Surgió en Europa y se expandió al resto del mundo como las olas del mar movidas por vientos huracanados. Cambió nuestras vidas para siempre. Este crecimiento ha continuado imparablemente desde entonces. Nos ha llevado hasta la Revolución Digital que comenzó a finales del pasado siglo, la mayor mutación que jamás ha existido. Ante ella palidece cualquier revolución anterior. Su velocidad de cambio nos supera. Nunca hemos estado más desconcertados. Nadie es capaz de predecir como será el mundo en el próximo siglo. Puede que sea mejor no saberlo.

Frecuentemente oímos y leemos que vivimos mejor que antes y que debemos estar satisfechos. Es uno de los mantras preferidos de cuantos recalcitrantes optimistas consideran que la ciencia y la tecnología resolverán todas las amenazas que se ciernen sobre nosotros. No suena mal. Pero es una verdad a medias, si bien políticamente correcta. La ciencia y la tecnología son la solución y también el problema. Cuantos piensan que es una pócima milagrosa, suelen decir que ambas son neutras. Es falso.

Es verdad que, en última instancia, el mal uso de los avances científicos y tecnológicos dependen de cómo los utilicen los humanos. Pero si nos centramos en la tecnología militar, sabemos que sobre todo genera destrucción. Si hablamos de armas nucleares, sabemos también que pueden destruir la civilización. Este "gran avance tecnológico" es la mayor locura que a la Humanidad se le ha podido ocurrir. No ha aportado ningún beneficio. La única garantía que podíamos tener de que jamás generarán una catástrofe, era no haberlas desarrollado. Son responsables de sus consecuencias los científicos que las crean, quiénes las financian y quiénes las activan. Los que lean el libro El Poder de la Ciencia de José Manuel Sánchez Ron, conocerán que los científicos que las desarrollaron eran totalmente conscientes de su poder de destrucción. Sabían que eran la llave para conseguir la hegemonía mundial. No existe posibilidad de defenderse contra ellas. También que la ciencia y la tecnología no tenían límites ni fronteras, the endless frontier, lo que anunciaba un futuro estremecedor. Algunos de los científicos más influyentes que habían ayudado a conseguirlas, apoyaron públicamente su lanzamiento. Desde entonces, pende sobre la sociedad una terrible espada de Damocles. Las amenazas que insinúa Putin sobre la posibilidad de utilizarlas y la locura de su invasión en Ucrania, han desbaratado el orden mundial.

Ningún problema de los muchos que existen, supera el de una confrontación nuclear. De la noche a la mañana han desaparecido algunos otros como el cambio climático, que parecía ser el que nos iba a destruir, casi inmediatamente. Si no lo controlamos, puede que acabe con nosotros. Pero tardará bastante tiempo, salvo que se nos ocurra seguir creciendo al ritmo actual, sin detener la explosión demográfica.

El gran biólogo norteamericano Richard D. Alexander en 1990, cuando éramos 5.000 millones de personas, en un artículo sobre la evolución humana dijo: "La capacidad de sostener la vida en nuestro planeta está amenazada por la combinación del incremento de la población y de los continuos esfuerzos para mejorar la calidad de vida humana por medios (como la tecnología), que paradójicamente reducen más que aumentan la probabilidad de supervivencia a largo plazo". A estos efectos basta saber que hemos tardado 200.000 mil años desde que aparecimos en el planeta, en alcanzar la cifra de 1.000 millones de habitantes. Fue en 1804. Desde hace décadas crecemos 1.000 millones más cada 15 o 20 años. Hoy día somos unos 7.500 millones. Cuesta creerlo. Es el segundo mayor error que los humanos han cometido en los últimos siglos. El primero es haber abrazado ciegamente la religión del progreso ininterrumpido y despilfarrador.

Hay por tanto muchas razones para no estar satisfechos. Cada vez son más numerosos quiénes piensan que salvo en materia de salud, en la que los avances médicos generan todo tipo de bienes, son bastantes los campos donde los perjuicios que ha causado el desarrollo son mayores que los beneficios que ha producido.

Hemos llegado a una situación límite. Difícilmente podemos seguir creciendo ilimitadamente en un planeta pequeño y limitado. Con el tiempo nos hemos encontrado con la "Paradoja del Desarrollo", que desconocíamos: el propio crecimiento genera las fuerzas que acaban por minarlo. No existe desarrollo sostenible propiamente dicho. Sostenibilidad, es crecer destruyendo lo menos posible. Los seres humanos, a diferencia de los pájaros, los peces y el resto de los animales, crecemos y avanzamos mediante procesos creativos-destructivos. Cuanto más nos desarrollamos y más somos, mayor es la destrucción; más impactamos sobre la superficie terrestre y la biosfera. La ciencia y la tecnología tienen una doble cara, generan todo tipo de fuerzas creativas y también destructivas. Si queremos sobrevivir a largo plazo hay que potenciar las primeras y reducir al máximo las segundas. Es bueno desearlo, pero casi imposible realizarlo. Desarrollo y sostenibilidad son casi incompatibles.

Pero lo malo es que el desarrollo, la ciencia, la tecnología y la ambición de los seres humanos se han desbocado y generado algunas amenazas casi apocalípticas, que nunca imaginamos. Entre ellas, la nuclear, la guerra química y la biológica, que hunden sus raíces en la Revolución Industrial. Actualmente y debido a la Revolución Digital, la biotecnología va camino de crear super-humanos o seres biológicamente modificados, y la IA (inteligencia artificial) posiblemente desarrollará máquinas super-inteligentes que superen el cerebro humano. Son muchos los que piensan que nunca sucederá, pero también bastantes los que creen que se materializará en un futuro no cercano, pero tampoco muy lejano. Casi con seguridad, a mediados o finales del próximo siglo.

Quienes estén interesados en profundizar en estos temas y se les ocurra leer libros de científicos rigurosos, como Super Inteligencia de Nick Bostrom, Vida 3.0, de Max Tegmark o Human Compatible de Stuart Russell, cuando los hayan terminado dormirán menos y peor que antes.

Si se adentran en el estudio del reciente e interesante libro de Peter Watson, Historia Secreta de la Bomba Atómica, sabrán hasta qué punto caminamos hacia una sociedad, global o nacional, gobernada en parte por una poderosa oligarquía de científicos superdotados, -ya ha comenzado con los Larry Page, de Google, y algunos otros de sociedades similares. También serán conscientes de que junto a numerosos científicos que buscan siempre mejorar nuestras vidas, también los hay que aman el poder y la gloria a cualquier precio. Bertrand Russell ya dijo en un opúsculo publicado en español en 1952, El impacto de la ciencia en la sociedad que una oligarquía científica tendrá mayor poder que cualquier otra oligarquía que haya existido en los tiempos precientíficos. Es casi general el consenso entre estas élites que empiezan a controlar el mundo, que podemos crear un "Estado de vigilancia global tan poderoso que nunca los ciudadanos normales podrán derrocarlo y una tecnología que pueda acabar con la mayoría de las lacras que nos afectan y mucho más fácilmente con la propia humanidad".

No parece que el futuro se presente halagüeño. Puede que resolvamos algunas amenazas actuales. Otras se agravarán y surgirán nuevas, mucho más preocupantes.

En relación con los años venideros se debe tener en cuenta que se ha producido un cambio de paradigma. Hasta la Segunda Guerra mundial en 1945, el mayor depredador de seres humanos era la Naturaleza, desde entonces somos los humanos. Y los somos, en parte, gracias al desarrollo científico-técnico.

Yuval Noah Harari puede que tenga razón cuando afirma en Homo Deus que nuestro mayor reto y también el del planeta, será como defendernos de los peligros inherentes a nuestro propio poder, es decir de la capacidad de destrucción que la tecnología pone a nuestra disposición. Añade que, afortunadamente en las últimas décadas hemos conseguido controlar el hambre, las epidemias y las guerras.

Tiene razón en su primera afirmación, pero no en la segunda. Hemos acabado prácticamente con las hambrunas, pero sin duda tendremos que seguir defendiéndonos de las epidemias y las guerras. En cuanto a las primeras "Siempre es posible que algún nuevo organismo parasitario genere una devastadora mortalidad". Si la Covid-19 hubiera tenido la capacidad letal de la gripe de 1918, que mató unos 40 o 50 millones de personas, mal nos hubiera ido. Llegó silenciosamente en ese año y desapareció en 1920 de la misma forma. La mayoría de las muertes se produjeron en sólo 13 semanas, desde septiembre hasta mediados de diciembre de 1918. No hay que ir muy lejos para saber que la reciente epidemia podría haber sido una catástrofe mucho mayor.

Y en cuanto a las guerras, el gran viajero y explorador inglés Richard Burton solía decir que "la paz es el sueño del sabio y la guerra es la historia del hombre". El progreso tecnológico no supone progreso moral, ni nos hace más sabios. Más bien lo contrario. Nos hace más poderosos, es decir, más peligrosos. Para colmo, si la ciencia y la tecnología, como hemos dicho, son ilimitadas; la ambición, la maldad y la necedad humana son infinitas.

Se le olvidó a Yuval Noah Harari en el párrafo citado, que posiblemente aparecerá otro depredador, incluso más despiadado e insensible que nosotros: las máquinas superinteligentes que vamos a crear. Uno de los genios matemáticos del pasado siglo I. J Good, especialista en la materia, escribió en 1965 "que si terminamos construyéndolas, puede que sea el último invento que el hombre necesita crear, contando con que las máquinas no tengan inconveniente en decirnos como podemos mantenerlas bajo control".

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