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Análisis

Javier G. caracuel

Médico de Urgencias

Una vida en Urgencias

Hacer una guardia de 24 horas no es fácil de explicar... Entras en ese monumental edificio que se recorta en el horizonte, amenazante, del cual sabes que no saldrás hasta el día siguiente.

Tu cerebro , fresco de la ducha, comienza a tomar temperatura y a recalentarse...

Quedan por delante 24 horas de altibajos, de historias personales, de alertas, de padecimientos y dolores, de decenas de vidas desconocidas que te contarán sus problemas, sus intimidades... de tristeza, de cansancio, de enfermos de verdad, pacientes con patologías graves y otros críticos e inestables, que se mueren o que conseguirás salvarlos in extremis... veinticuatro horas sin ver la luz del sol, veinticuatro horas bajo luces blancas, con los ojos puestos en pantallas y en personas, tratando de seguir siempre empático, de aguantar -cada vez con más frecuencia, por cierto- faltas de respeto o insultos de quien pretendes ayudar. Qué incoherencia...

Veinticuatro horas... la mayoría sentado delante de un ordenador con letras que se hacen cada vez más pequeñas y más distorsionadas conforme transcurre el tiempo, usando un programa que te han impuesto sin pedirte consejo, nunca ni nadie, poco intuitivo, farragoso, que se bloquea, que pide la clave continuamente, que hay que reiniciar varias veces... O una impresora que falla cada dos por tres...

Todo relentiza tu trabajo, los usuarios -como los llaman los políticos- se te acumulan y se comienza a llenar esa sala de espera, que siempre está llena... llena de olores, de desconocidos que te miran desesperados, pacientes e impacientes que esperan su turno...

El teléfono suena constantemente, o el busca, la impresora falla, no hay tinta o no hay papel, o se ha desconfigurado... Te levantas y vas a la consulta de otro colega para imprimir ese informe de alta que estás deseando largar... la gente sigue entrando en masa... tienes un calor sofocante y sudor pegajoso ya... son las ocho de la tarde y no ves el final... sólo has descansado para comer y poco más... La gente sigue entrando en esa sala de espera y espera...

El busca te suena, da igual la hora... Te alertan, o no, de un paciente grave que está llegando... Y tu cerebro ya reblandecido y hastiado tiene que despertar rápido... Es una chica de veinte años que se muere... Trauma cráneo facial e inestable... Vía aérea, vía aérea, vía aérea... Y luego todo lo demás, sistemáticamente, globalmente, recuperar tensiones, priorizar, actuar, diagnosticar y salvar...

Y ahora sí, ahora recobra algún sentido todo... Tu cerebro lo sabe y te lo dice... Y a veces se te saltan las lágrimas, cada vez menos, cada vez menos... Estás cansado, muy cansado, no te ha dado tiempo de cenar... Te acuerdas de vez en cuando de cómo son los árboles, deseas ver a tu mujer o a tus niños, o pasear, o escuchar la radio, o pintar, hacer el amor... Quieres salir, quieres que amanezca ya... Qué dolor de espalda, de cabeza... vagas, caminas como un zombi por los pasillos...

Ha valido la pena... la chica está estable en la UCI... y te apodera el sinsabor del día... el maltrato y la agresión, ya no del usuario, como diría el político, sino del propio político, gestor o jefe, que no atiende tu propia vida, que abusa hasta casi la explotación, con recursos humanos insuficientes, contratos precarios y sueldos muy por debajo de otros países o de cualquier comunidad autónoma... y te acuerdas de tus hijos... Y te suena el busca...

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