Análisis

Tacho Rufino

Y nosotros, al voto necrófilo

Duelo arancelario, 'Brexit', temblor alemán y ataque a la agroindustria están en segundo plano: la cosa tiene huesosLa España negra se muere por un 'reentierro' e ignora, morbosa, sus peligros

Esta semana hemos sabido que el espectro del paro y la desaceleración vuelven de sus cuarteles de invierno, y que vienen con renovados bríos -bríos espectrales y corrosivos, pero bríos- y bien puede que con la guadaña recién vaciada por el afilador de la contracción económica y del hijo de ésta, el desempleo. Asistimos, y que me perdone Antonio Vega, a una lucha de gigantes que convierte el aire en gas sarín: la guerra comercial Chinoamericana, arancelaria y madre de todos los intercambios de golpes hasta la muerte y más allá, como las manos de mascadas que se daban por turnos Rocky Balboa y Apolo Kid. Un combate por el trono del Nuevo Orden Internacional (un término, oh Historia, que nació en la ONU en 1974 para simbolizar la lucha conjunta contra el subdesarrollo y la pobreza). Asistimos, tan cerca y tan lejos, a la incertidumbre de esa gran patada en el arco europeo que ha supuesto el Brexit -y lo que te rondaré-; la estupidez democrática más grande de la historia reciente lleva el sello de David Cameron, a quien uno imagina acochinado -pero bien atildado, hasta lo petimetre- como un jabalí herido en cualquier monte bajo de la Gran Bretaña: estará usted contento, sir. Ya más cerca -aunque todo lo está hoy-, sentimos los arreones que Donald Trump, cual mono con metralleta en ristre, ha propinado a la economía alemana con los brutales aranceles que EEUU ha impuesto al Airbus para proteger a su Boeing; arreones que la industria alemana ha encajado mal. Y si Alemania sufre por sus dependencias, imagínense cómo podemos llegar a sufrir los germanodependientes. Los aranceles de castigo yanquis golpean, ya cerquísima, a nuestra pequeña gran joya del sur, la industria agroalimentaria y a la más joven en el aire, la aeronáutica. Es de cajón que estos ingredientes sistémicos -guerra comercial entre los dos gigantes, Brexit, tembleque alemán cual mano de Merkel, daño arancelario a la economía regional- no hagan sino empeorar cuando Xi Jinping y Trump lleguen a alguna suerte de acuerdo: entonces, Estados Unidos vendrá a por Europa, y la atacará con mayor crudeza.

En este grave contexto y en estas graves horas, este bendito país está consumido por el conflicto fiscal y de lavado de la corrupción declarado por la parte pujoliana de Cataluña, que ha alimentado a una bestia callejera de somatenes y barricadas: los pretorianos pujolistas, con Puigdemont y Torra al frente, ya comienzan a dormir regular en sus condominios altoburgueses; como tiemblan los botigers y toda la masa social próspera que identificaba a Cataluña ante una guerra algo más que latente. Aún sin muertos. Aún unilateral. En este preocupante contexto internacional y de brecha territorial española, nos hemos pasado una semana del copín hablando de la mudanza de osario para Franco. Un traslado que era lógico y sensato, pero que no lo es en este momento. Salvo que la lógica y la sensatez se mida en un puñado de votos de gente afectada de cretinismo (es cretino quien da su voto, un voto necrófilo, ignorando las cosas materiales e importantes).

Mientras, en una tardía página par, damos cuenta de dos asuntos que no huelen a muerto ni a goma quemada. Dos asuntillos, vaya. Primero, que la OCDE propugna que Google, Amazon, Apple y Facebook paguen impuestos donde tienen sus usuarios. Un asunto global que sí, es irracional: hasta hoy, las grandes firmas mundiales pagan donde su ingeniería fiscal y geopolítica les supone mayor conveniencia (es decir, menos impuestos), ¡no en donde hacen negocio! Segundo, que la triste Comisión del Mercado y la Competencia sigue imponiendo multas millonarias a los grandes operadores energéticos y a otros menos grandes que se agrupan en cárteles. Multas que la reguladora de la Competencia no cobra casi nunca. Por Forges: país…

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