PRIMERO las cifras: la deuda pública catalana roza los 42.000 millones -el 21% de su PIB y el 30% de toda la deuda autonómica-; el Estado le debe a la Generalitat 970 millones por infraestructuras no ejecutadas en 2009 y 2010; Mas ha pedido a Rajoy otros 5.023 para afrontar vencimientos en 2012 de otra manera inasumibles. Luego las interpretaciones oficiales (CiU): el déficit fiscal que ahoga a Cataluña por las maldades de un sistema de financiación injusto es de 16.500 millones. Y finalmente el mecanismo tradicional del nacionalismo: si no me das lo que quiero, amenazo con irme.

Veámoslo desde otra perspectiva. Cataluña gestiona exactamente los mismos tributos de raíz estatal que el resto de comunidades (salvo las forales): un 50% de IRPF e IVA y un 58% de los Impuestos Especiales. Sus tramos autonómicos son más gravosos que el promedio. Y la carga fiscal derivada de impuestos y tasas propios también (transmisiones patrimoniales, agua, etcétera). Ángel de la Fuente, miembro del Instituto de Análisis Económico y del grupo de expertos que asesoró al Parlament en sus maniobras previas a la formulación del llamado pacto fiscal (entiéndase como sinónimo de concierto económico) desmontó con otra cifra el agravio comparativo: 2009, el último año liquidado, demuestra que Cataluña "está ligeramente por encima de la media (nacional) en términos de financiación por habitante".

CiU siempre ha tenido dos ventajas en Cataluña: A. Es la coalición hegemónica. Sólo el PSC ha obtenido más votos en dos ocasiones (1999 y 2003), pero nunca más escaños. B. Ejerce un liderazgo moral del que sabe sacar el máximo partido. Ese liderazgo, de timbre moderado con Pujol, se ha radicalizado con Artur Mas no sólo por culpa de Artur Mas: el tripartido de Montilla, Carod y Saura sembró lo suyo. Y hoy todos menos el PP (un PP ridículo y autómata en manos de Alicia Sánchez-Camacho, ridícula y autómata en sí misma) se apuntan al concierto como si no hacerlo equivaliese a ser menos catalán. Ésa es la esencia del veneno identitario forjado entre creyentes, profetas y acomplejados.

O me das lo mío o me largo. El nacionalismo podría definirse como la prolongación indefinida de la reivindicación personalizada, con parada final en la independencia. El problema es que los nacionalismos españoles (CiU y PNV) han sido valientes de palabra y muy cobardes de hecho, como si la consecución del objetivo implicase la muerte política y cerebral. Quizás ha llegado la hora de darle la vuelta a la tortilla: la contaminación mental (el desapego, que dicen allí) es irreversible, luego sólo queda invitar a catalanes y vascos a que conquisten y consoliden las mayorías sociales necesarias, negocien con el Gobierno español y pongan fin, en los términos comúnmente pactados, a su secular vínculo con el resto del país. Madrid debería entonces encargarse de garantizar el respeto de los derechos de las minorías, que serían los numerosos vascos y catalanes no nacionalistas. Será divertido observar a quién echan la culpa de sus males endémicos nuestros nuevos viejos vecinos.

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