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Por montera

mariló / montero

Alambres de espinos

ME gustaría que ustedes viesen la imagen tal y como la estoy viendo yo ahora mismo en una fotografía de una agencia internacional de noticias. Nos llega desde la frontera entre Siria y Turquía, que es una de las zonas más calientes del planeta. En primer término, como si se tratase de una guía para el fotógrafo, aparecen las líneas de unos alambres de espinos. Me da la impresión de que si paso la palma de la mano sobre la pantalla del ordenador, la piel se me desgarrará. Pero lo que más duele de la imagen no son los espinos, sino los rostros. Porque detrás de esta alambrada la escena es dramática: unas treinta personas se agolpan llorosas, desesperadas, últimas, casi diría. Son sirios en huida, intentando alcanzar el territorio turco para escapar de la devastación de la guerra que los persigue.

Qué doloroso es ver a esa abuela vestida de negro sosteniendo al que se intuye su nieto, de apenas dos años. Brazos poderosos de abuela, temblorosa dentro de sí misma pero protectora con su criaturita al filo de los espinos. Me conmueve especialmente un señor que al fondo mira hacia abajo y se tapa el rostro con su mano. No quiere mirar alrededor, pero menos aún hacia atrás. Ni hacia el mañana, que probablemente no exista para él. Imagino qué sueños quiso moldear con esa misma mano, como si el tiempo fuese un barro con el que amasar futuros. Y ahora, al cerrar los ojos, ni siquiera ve recuerdos. Los que andan, miran al suelo, sin fuerzas ya para alzar la vista. Se entiende que esto sea así, cuando los cielos no tienen color y los horizontes son alambradas. Y la bolsa de viaje, que alguien alza; la perspectiva hace que dé la impresión de que su dueño quiera que la mochila salga en la foto. ¿En qué consiste el equipaje de un refugiado? ¿Qué lleva en la maleta alguien que no va a ninguna parte, sino que huye?

En la imagen que les estoy describiendo, las tiras metálicas buscan su punto de fuga. Estas personas, también. Según un informe del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, casi un cuarto de millón de personas han muerto en aquella guerra desde marzo de 2011. 70.000 civiles. 7.000 niños. Los alambres de espinos cuartean al mundo actual. Decía Borges que su juventud era un tiempo en el que para viajar no eran necesarios los documentos. Hoy en día, proliferan los alambres de espinos en las fronteras, en las mentes, en los corazones.

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