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La ciudad y los días

Carlos Colón

Amanece el Señor por San Lorenzo

NO es posible cambio mayor en menos tiempo. No hay divagación por las calles de la ciudad en la que las estaciones íntimas de Sevilla -esas que son traídas por la sensibilidad y no por solsticios y equinoccios, que están escritas en las memorias y no en los calendarios- den una zancada tan larga en tan breves horas como el camino de ida y vuelta a la función principal del Gran Poder. Quienes amamos la Navidad hacemos un triste camino hacia San Lorenzo bajo luces que se encienden por última vez, entre escaparates ya ganados por las rebajas, viendo como los papeles dorados que se desgarraron con tanta impaciencia esa misma mañana, y las cajas que se abrieron con tanta ilusión, se amontonan en los contenedores. La Navidad, como la Semana Santa, se entierra en San Lorenzo.

Pero al llegar allí se hace cierto lo que escribió Chaves Nogales en 1921: "La iglesia fría, ensombrecida, hace resaltar la luz de esta pequeña capilla, refulgente, cálida, calor suave de oraciones ininterrumpidas, que unos labios comienzan, otros continúan y ningunos cierran... En la soledad del templo, la capilla del Gran Poder, vivificada por el sentimiento popular, promueve la sensación de una sola llama encendida en la que van consumiéndose los corazones como la cera de las candelerías". Ya no es la pequeña capilla, sino la gran Basílica, la que da vida con su luz, no a la húmeda oscuridad de la parroquia, sino a la plaza entera.

Arden los cirios, sangran los claveles, brillan los bordados de Juan Manuel, suenan coplas de Eslava, de Telmo Vela, de Joaquín Ruiz; cuelgan de cordones morados medallas con el brillo apagado por muchas madrugadas. Y la voz poderosa de José Luis de Vicente, en la primera lectura, hace el más antiguo y mejor pregón de la Semana Santa: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad a los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor".

Amanece por San Lorenzo la gloria del Señor que derrota madrugadas. Y esa misma noche igual y distinta volvemos por una ciudad transfigurada que ya no es fin, sino principio, espera del imparable avance de la luz que cada tarde ganará terreno a la noche anegando de sol oblicuo amarillo Narciso Bonaplata, Santa Ana, Curtidurías, Juan Rabadán o Pascual de Gayangos hasta acariciar la fachada de San Lorenzo, encender la sangre de sus muros, besar el azulejo del Señor, sombrear el abrazo de Spínola, llevar consuelo a las ánimas benditas y alcanzar la Basílica en la que, dentro de cien días, el Señor bajará a Sevilla haciendo nacer la Semana Santa.

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