Lo que hace distinto este Domingo de Ramos de todos los Domingos de Ramos que hemos vivido y esta Semana Santa de todas las Semanas Santas que hemos vivido no es que no salgan pasos, que las calles estén vacías y los bares cerrados o que hoy Molviedro, el Porvenir, los Terceros, Carmen Benítez, San Jacinto, San Juan de la Palma y el Salvador parezcan domingo de agosto y no de Ramos. Son 12.000 muertos, que serán más, quienes hacen distinto este Domingo de Ramos a cualquier otro que hayamos vivido quienes no vivimos la guerra.
Escribía Manuel Sánchez del Arco un Domingo de Ramos de 1937: "¡Ay, mi barrio de hace veinte años! San Julián, el Domingo de Ramos; San Gil, al mediodía del Viernes Santo; pilares de un arco cuya clave estaba en San Lorenzo, a las dos de la madrugada. Nada queda… Luto, ausencia… Rede mihi laetitia…. Devuélvenos, Señor, la alegría, la paz y tu amor. Que otra vez sean las calles blancas de los barrios pañuelos que saluden a la primavera. Que haya alegría en los patios, que todo florezca bajo la luna de Tu Pasión, como cuando Tú, llevando a los pies los sueltos cabellos de la Magdalena, salías por aquella ojiva de san Julián -arco de concilios- la tarde del Domingo de Ramos, de paz, de cándidas palmas. Estamos en tinieblas de viernes. Bajo el velo morado todavía, Señor".
Cada cual rezará hoy a las imágenes de su devoción, hará su íntima estación de penitencia, verá para consolarse lo que emita la televisión y difundan las redes o lo ignorará para no abrir más la herida o porque prefiera vivir la Semana Santa de su memoria. Mis imágenes de este Domingo de Ramos que ha enlutado su blanco son las dos más afligidas: mi Virgen de San Juan de la Palma -"en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso"- y el Señor de la Humildad y Paciencia, el más próximo a ella por ser el más abatido, más hundido y hasta más harto todos los Cristos de Sevilla. Ya no le quedan ni lágrimas, como a Salud y Buen Viaje, ni fuerzas para alzar la mirada, juntar las manos y rezar mientras le hacen la cruz, como al Señor de las Penas. Algo muy poderoso une a la Amargura y a Humildad y Paciencia. Ninguno como él representa el total abajamiento de Dios al dolor y la derrota humanas para que nunca estén solos los dolientes y derrotados, para que sepan, cuando toquen fondo, que Cristo estuvo allí, tan abatido como ellos, tan hundido como ellos, tan harto como ellos.
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