El lince por antonomasia de la política andaluza está nervioso. Lógico. De pronto se ha visto, otra vez, en una posición política tan delicada como apasionante. Es secretario del Grupo Popular en el Senado, la cámara desde donde ahora se puede condicionar la labor del Gobierno. Unos quieren que haya venganza por la moción de censura, mientras otros advierten de que cualquier paso contra el dinero negociado con el PNV en los PGE debilitaría al PP vasco. Al mismo tiempo, Arenas tiene que estar pendiente de los movimientos del partido de cara al congreso extraordinario de julio. La presión es doble.

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