ENTRETENIMIENTO asegurado para estas tardes precaniculares en las que bienvenidos que sean los sanfermines, la fiesta por excelencia. Fiesta sin límites en la que la igualdad asoma en toda su rotundidad y en la que los excesos se confunden con la normalidad. Ayer con la novillada que Pepe Moya mandó a Pamplona, pistoletazo de salida para que el estruendo nos llegue diáfano, sin obstáculos y como una visión diferente de la corrida de toros. Si en Sevilla prima el rito y en Madrid una rigurosidad que se convierte a veces en intransigencia, lo de Pamplona es el nada que ver con cualquier otra corrida que se dé en otra parte. Los dineros que reciben los toreros por hacer el paseíllo bajo un ruido que no cesará ni con el arrastre del sexto toro es la causa por la que las figuras acudían a la cita con San Fermín. Este año son menos las que concurren a ella y por algo será, que todo tiene un límite y en Pamplona eso no existe.
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