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Autopistas: otro mangazo más

Si un negocio se hace a lo grande, con constructoras y bancos involucrados, los beneficios son privados y las pérdidas públicas

Aveces, cada vez con más frecuencia, uno no puede dejar de pensar que nos toman por idiotas. Y aún peor: que a lo mejor lo somos. De modo que, imaginemos, tenemos debajo de casa un bar de esos de precios imbatibles, a todas horas lleno, y se nos ocurre abrir en el local de al lado otro con precios duplicados en prácticamente los mismos productos. Como es de lógica, no entra nadie y a los pocos meses nos vemos obligados a cerrar, a quejarnos de nuestra mala suerte y a soportar las perdidas de inversión, alquiler etc. Pero, ay, si eso mismo ocurre a lo grande, en otro sector, con entidades financieras y constructoras involucradas, entonces podemos estar tranquilos: si sale bien, los beneficios son privados; si sale mal, el marrón para los contribuyentes. Es, en pocas palabras, lo que ha ocurrido con las autopistas de peaje, con algunas, claro. Porque a las que van bien, las que son rentables, se les ha ampliado el plazo de la concesión más una vez (la Sevilla-Cádiz en varias ocasiones). Pero las quebradas, las que pergeñaron algunos iluminados con los pies sobre la mesa, esas, las rescataremos -once again- entre todos. "Hay que desmantelar el Estado de Bienestar, no es sostenible, nos hace menos competitivos, se abusa de él...", esa letanía neoliberal tan de moda, "salvo cuando se trate de pagar nuestras equivocaciones millonarias", habría que añadir. Una vergüenza.

O sea que, en los años de bonanza, se esbozaron y ejecutaron tramos de autopistas de peaje prácticamente en paralelo a las autovías que eran gratuitas; previeron una circulación por ellas que quintuplicaba la que en realidad se ha producido (en particular las R de acceso a Madrid); expropiaron a cualquier precio; se financiaron de cualquier manera; y ahora las tienen que rescatar personas que jamás han oído hablar de ellas. Un verdadero disparate. He transitado por alguna -las de acceso a Madrid- en mis viajes al Norte, y no había que ser un lince económico para prever que aquello, más pronto que tarde, reventaría: kilómetros y más kilómetros por el páramo castellano sin atisbar un solo coche en los cuatro carriles. Y ahora vienen los llantos de los tiburones, de esos que se dejaban fotografiar en África con hipopótamos y elefantes, de golfos como Blesa: "Por favor, ayúdennos". Se calcula que el rescate de las autopistas -en cuya financiación también está Bankia- nos va a costar casi 3.000 millones de euros, una minucia. Lo más lamentable de todo es que mientras se ayuda sin pudor alguno a estos irresponsables -en el sentido literal del término- , según Caritas, aprobar un salario social para las 700.000 familias sin ingreso alguno costaría bastante menos de esa cantidad. Pero para eso no hay pasta.

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