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BARACK Obama, comandante en jefe de la fuerza militar más poderosa del mundo, podría apretar el gatillo contra Siria en cualquier momento. Considera que el acto execrable cometido por el régimen de Al Asad -de cuya condición criminal y genocida no queda ninguna duda- al asesinar con armas químicas a cerca de mil quinientas personas justifica sin necesidad de autorización interna ni respaldo exterior la represalia militar de Estados Unidos. Sin embargo, el presidente no las tiene todas consigo a la hora de ordenar de manera unilateral un ataque contra el régimen de Damasco, y aunque en su intervención del pasado sábado proclamó que "somos los Estados Unidos de América, no necesitamos mirar a otra parte respecto a lo que ha sucedido", ha preferido contar con la bendición, al menos, de las instituciones representativas de su país. Contar con ese beneplácito -que, dicho sea de paso, no está garantizado- alejará a Obama de cualquier parecido con su antecesor, George W. Bush, al que el actual presidente criticó por la guerra contra Iraq. El inquilino de la Casa Blanca está en medio de un dilema, y su resolución es muy complicada. En escasas horas ha pasado de rendir homenaje y reivindicar la figura de Martin Luther King, emblema de la lucha pacífica y apóstol de la no violencia, a lanzar al mundo el mensaje de que el régimen de Al Asad debe ser castigado por su "asalto a la dignidad humana". Quien recibió el Nobel de la Paz se enfrenta ahora a la disyuntiva de echar mano de la cartuchera para represaliar al tirano. Y en este intervalo es Al Asad quien saca de momento los mejores números de la partida al comprobar que los misiles siguen quietos en su sitio. Por lo demás, la crisis siria no ha hecho sino mostrar en el escaparate internacional que cada vez quedan más lejos los tiempos en los que Estados Unidos obtenía la complicidad de sus socios sin más esfuerzo que una mera visita presidencial, ya fuera a un islote exótico o a las capitales de lo que la terminología antiyanqui gusta denominar como provincias del imperio. Conocido es el varapalo sufrido por el premier británico en el Parlamento en su intento por recaudar el apoyo al ataque contra el régimen de Damasco, Alemania e Italia se muestran reacios a una operación militar y en Francia el presidente Hollande, el más cercano a las tesis de Obama, se da de bruces con el rechazo de sus compatriotas. ¿Y en España? El Gobierno de Mariano Rajoy se apunta al perfil bajo, o a verlas venir. De momento, no sabe no contesta, y aguarda a la ONU (en el PP no olvidan el resultado de aquella "amistad" Bush-Aznar). Pero este escenario internacional no debe hacer desistir al Nobel de la Paz 2010 de que la mejor fórmula está en agotar todas las vías diplomáticas.

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