La ciudad y los días

Carlos Colón

Ayala

EL último del 27. Ciento tres años vividos con salud de hierro, curiosidad nunca saciada, inteligencia privilegiada, sensibilidad despierta y una lucidez mantenida hasta el último momento; que dejan tras sí una obra ingente que Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores está empezando a editar en seis tomos de 1.500 páginas cada uno. Todo parece cumplido en Francisco Ayala más allá de lo que el más loco optimismo pueda exigir a la vida. Todo tuvo en él una serena desmesura: alcanzó la edad de los patriarcas bíblicos, igualó a los humanistas del Renacimiento en el dominio de saberes diversos, fue maestro de varias generaciones, tuvo el raro don -como escribió su mujer- de aunar un asombroso sentido crítico y una profunda ternura emocional, dominó el análisis de la literatura pero también su creación, abolió poco a poco -en su vida y en su obra- las diferencias convencionales entre la experiencia vital y la literatura.

Éste fue quizá el rasgo más distintivo y vital de su personalidad: "Todo lo que no sea literatura no existe. Porque, ¿dónde está la realidad? Un árbol lo es porque uno lo está nombrando. Y al nombrarlo está suscitando la imagen inventada que teníamos… El sentido de mi vida está en la literatura, ésa es la verdad y creo que la literatura es la verdadera realidad. A la vejez última he descubierto que eso de literatura y realidad es una falsa contraposición, la realidad es la literatura. La realidad real, no es real, no existe". Y esto no es juego de palabras o esteticismo. Muy al contrario: expresa el vértigo, el pasmo y la euforia de ser humano, es decir, de ver, sentir, nombrar, interrogar, comprender, comunicar. Por eso lo que dice de la literatura se puede aplicar al arte, al cine -al que amó intensamente, dedicándole un ensayo pionero en 1929- y a todos los medios que permitan quebrar soledades y transmitir ideas o sentimientos, desde la radio -a la que dedicó unas conmovedoras palabras por su compañía en las madrugadas insomnes asediadas por la angustia- hasta el Facebook, que tuvo en él al usuario de más edad. Pero, eso sí, con la palabra -la literatura, el libro- en la cumbre.

Ayala no creía en la inmortalidad; pero como era inteligente, no se ufanaba de ello. "Ojalá", dijo una vez que le preguntaron. Quienes sí la esperamos -¡qué sabio el Credo, al decir "espero" en vez de "creo" al referirse a la resurrección de los muertos!- deseamos que se haya encontrado con ese San Juan de Dios -"este bendito Juan de Dios", escribió él- cuya imagen tanto le impresionó de niño y al que muchos años después dedicó uno de sus mejores cuentos.

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