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LA venganza es un plato que se sirve frío, tan gélido como los corazones de aquellos que, en nombre de la justicia, no tienen ningún remordimiento a la hora de desenvainar una espada y señalar con gesto amenazante a aquel que ha violado su honor. Pero por si no fuera suficiente, de vez en cuando también se desenfunda un mosquetón para afinar la puntería y tener garantías de que no habrá fallos.

Los mismos errores de los que se lamenta la nueva adaptación seriada del clásico de Alejandro Dumas, Los mosqueteros. El gascón D'Artagnan y sus compañeros Athos, Aramis y Porthos regresan con una historia al uso, un porte chulesco y unas pinceladas cómicas para relajar entre tanto cruce de espadas.

Y es que la ficción británica de la BBC, que acaba de aterrizar en La 1, es divertida, entretenida y no carece de acción, pues los episodios están cargados de peleas, persecuciones a caballo y traiciones. Sin embargo, el guion queda relegado a un segundo plano y perjudica a una trama que retrata con tropiezos el siglo XVII, ya que la atmósfera está lejos de plasmar la convulsión política y económica de la época.

Las calles y campos franceses sí recogen la esencia que se olvida en el contexto, con un apartado visual sobresaliente. La fotografía se eleva a la magnificencia con la ayuda de una banda sonora armoniosamente exquisita y hecha para acompañar escenas donde las espadas roperas son las protagonistas entre la niebla y el fuego de los mosquetones.

Las bromas personales entre los personajes y las tramas amorosas son dos cartas a favor de la producción de Adrian Hodges, y aún más cuando el elenco actoral cuenta con caras conocidas. Luke Pasqualino (D'Artagnan) fue el joven Adama en BG: Blood and Chrome; Tom Burke (The Hour) presta su fisonomía a Athos, y Aramis es Santiago Cabrera, quien hizo de Camilo Cienfuegos en Che: el argentino. Los mosqueteros es una obra maniquea en la que el choque entre el bien y el mal está presente. La reencarnación de esta oscuridad reside en el cardenal Richelieu, interpretado por un flemático Peter Capaldi (Doctor Who), que se convierte en un malabarista sin escrúpulos de la política.

Al otro lado de la balanza se sitúan los episodios autoconclusivos, pues hacen perder continuidad a la serie, dejando la sensación de que no existe un nexo de unión entre las tramas paralelas. Eso y los finales previsibles, que restan credibilidad a la línea temporal.

Los mosqueteros ya ha renovado para una segunda temporada, todo gracias a unos personajes carismáticos que eclipsan el tímido argumento sobre el que caminan.

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