LA única cadena que convertía en noche electoral la pantomima catalana fue La Sexta, con el posado tipo Ana Obregón de Artur Mas, que con su flequillo-ensamiada retozaba por los sofás candongo y victimista ante Jordi Évole, intruso en el salón de los canónigos, que guardará muchos secretos de intrigas de Pujol. Salvados hizo su papel de notario mientras otras cadenas, como la pública, miraban de perfil a Barcelona. El 9N nos pilló a los demás muy cansados de estos cansinos. Jordi Évole, menos mal, intentó ser lo menos complaciente posible con el convite que le servía el presidente catalán, que parecía reposar en su barbilla prognática, deseando ser detenido, esposado por su desobediencia de carácter infantil. En verdad pensará que la concurrida cárcel sería su salida más airosa y heroica ante el túnel sin salida en el que se ha empeñado en adentrarse durante estos dos años. A Mas, siempre mimadito (no sé por qué) por las cadenas nacionales, sólo le queda el consuelo de salir en el prime time, franja de la que sólo es protagonista Andalucía cuando se trata de cachondeo. Susana Díaz tendría que encargar ya una bata de cola, con Valderas y Moreno de sandungueros bailaores como los de Se llama copla.

Un día como el 9N es para las cadenas vivas, como La Sexta; y para su espacio con más mordiente. Se comprobó que a los de El Terrat les funciona todo en cuanto sacan un micrófono a la calle o improvisan un La Sexta Noche en los pasillos. La gente anónima se crece al lado de quien fuera El Follonero y el alcalde de Castelldefels o el abuelete marchoso de Lluís Llach, secesionista lacónico, cada uno desde su posición, sacan lo mejor de su dialéctica cuando se les pregunta con sinceridad. No era un día para tomarse demasiado en serio lo que allí han fabricado como una charlotada llena de cámaras y urnas de cartón. Lo único especial de este domingo era lo que dijera Mas en Salvados. Y sólo dijo su típica sarta de cinismos y medias verdades, aunque con más desparpajo que su compadre Oriol entre los amigos de Gines.