INDISCUTIBLE resulta la ascendencia de Pepe Mel en el beticismo, o, dicho con más exactitud, sobre un amplio sector del beticismo. Y uno de los motivos para tal grado de compenetración está en que el madrileño sabe qué decirle al bético en cada momento; más exacto aún, sabe decirle al bético lo que el bético quiere escuchar. Por ahí, y desde los tiempos que estaba en auge lo de "no diga gol, diga Mel", la comunión entrambos es de todo punto indiscutible.

Y este domingo, en el corazón de la gran fiesta que los béticos estaban esperando y que tanto se hizo esperar, Mel largó otra sentencia. "Que el Betis esté en Segunda es un insulto", dijo cuando los ecos del gran jolgorio en el luminoso mediodía heliopolitano continuaban a pleno pulmón. Y, claro que sí, es un hecho que no tiene explicación que el Real Betis Balompié vaya vagando por el los sórdidos vericuetos de la Segunda, sobre todo viendo cuál es la nómina de la Primera.

Necesitaba el bético que su equipo diese un golpe en la mesa como el de este domingo ante el Valladolid. Necesario de todo punto para recobrar la autoestima y para espantar las dudas que crea el nublado que sufre el club. Nublado que, incluso en horas festivas, no ceja para hacerse ver mediante una declaración tan inoportuna como la de Rubén Castro para tener que ir al quite a través de algo tan manido y poco consistente como lo de donde dije digo quise decir Diego.

Mel sabe tocar las cuerdas adecuadas para que el violín suene acompasadamente. La concluyente victoria sobre un rival tan directo como el pucelano debería ser el punto de partida para una marcha triunfal que sería, sólo, la tarea obligatoria con la que devolver al Betis a su hábitat natural. Cerca de cuarenta mil clientes en un partido de Segunda es señal inequívoca de que Mel tiene razón y que el Betis, por siempre Real Betis Balompié, no debe empadronarse en el insulto.