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Análisis

Andrés Moreno Mengíbar

Bizet antes de Bizet

ES bien curioso el caso de Georges Bizet, asociado casi en exclusividad con Carmen. En realidad ninguna composición bizetiana puede resistir la comparación con la enorme calidad musical y dramática de la historia de la cigarrera sevillana. Hay un salto tal de calidad entre Carmen y el resto de la creación de Bizet que cuesta a veces trabajo creer que se trate del mismo compositor. Ello no quiere decir que esas otras composiciones estén carentes de interés: sus mélodies, la Sinfonía en Do, La arlesiana y Los pescadores de perlas presentan méritos propios para ser apreciadas y degustadas.

Cuando se estrenan Los pescadores de perlas el 30 de septiembre de 1863 en el Théâtre-Lyrique de París, Bizet era un desconocido compositor de veinticinco años. En su haber constaban hasta el momento una sinfonía, una opereta (Le Docteur Miracle), piezas para piano y algunas obras de frío academicismo enviadas desde Roma como condición de su pensionado en Villa Medici. Léon Carvalho, activo empresario y a la sazón director del Théâtre-Lyrique, apostó por un joven valor sin renombre para cubrir la obligación anual de programar una nueva ópera francesa. Bizet tuvo que aceptar el primer libreto que le ofrecieron, de Michel Carré y Eugène Cormon: nada original, la historia de una sacerdotisa que rompe sus votos de castidad por el amor de un joven, con el consabido conflicto y, en esta ocasión, un final feliz. Nada que no estuviese ya en libretos como La vestale o Norma. Para darle algo de originalidad se optó por una ambientación exótica que en principio era la del México precortesiano y que acabó por ser la de un lejano y soñado Ceilán.

Bizet recurrió en un par de casos a autopréstamos, como en el caso del coro del final del segundo acto (Brahma, divin Brahma), que procede de un Te Deum compuesto en 1858, o la introducción del oboe en la serenata de Nadir en el mismo acto (De mon amie), calcada sobre el segundo movimiento de la Sinfonía en Do. Sin ser un claro éxito, tampoco la ópera cosechó ningún fracaso, pues alcanzó las dieciocho representaciones. La crítica parisina acusó en la obra influencias reales como las de Gounod (claramente detectable en el dúo Leila-Nadir del segundo acto) o Verdi (dúo Leila-Zurga del acto tercero), además de otras más inventadas como la de Wagner, foco entonces de todas las iras y fobias del academicismo musical francés. Sólo Berlioz, con su fino olfato, supo ver en Los pescadores de perlas la emergencia de una personalidad creadora con valores propios y dotada de una rica vena melódica y de una fina sensibilidad para detectar las necesidades dramáticas de la música. Con todo, el más duro crítico fue el propio Bizet, quien en carta a Edmond Galabert sólo salvaba de la partitura el dúo Nadir-Zurga del primer acto, el aria de Nadir, el coro L'ombre descend des cieux, la cavatina de Leila Me voilà seule dans la nuit y el aria de Zurga L'orage s'est calmé. "El resto no vale la pena y no merece más que el olvido", fue la dura conclusión de la autocrítica.

Esta ópera no volvería a ser representada en vida de su autor y empezó a ser más conocida ya en la década de los ochenta del siglo XIX. Para entonces se realizaron una serie de modificaciones que se han convertido ya en tradición: el notable acortamiento del dúo Nadir-Zurga del primer acto y la alteración del final. Si en la versión original Zurga prende fuego al poblado para distraer la atención y permitir la huida de Leila y Nadir, permaneciendo al final sólo en escena, se optó por un final más dramático en el que Zurga se enfrenta a los sacerdotes y es asesinado mientras los amantes huyen.

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