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aNTONIO BREA

Historiador

Bombas sobre la nieve

Empezamos a ver con sensación de hastío un conflicto de muy difícil resolución

Afrontan el duro invierno los habitantes de las ciudades de Ucrania bajo un frío y oscuridad amplificados, irónicamente, por las terroríficas explosiones de luz y calor de los artefactos bélicos que surcan sus cielos. A miles de kilómetros, en la paz del hogar, mis dedos juegan con las amarillentas hojas de uno de los preciados objetos de mi biblioteca, publicado algunos años antes de mi nacimiento. Lo adquirí recientemente, en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, tras haber desdeñado, hace tiempo y en distinto lugar, otro ejemplar que encontré casualmente, de coste sensiblemente menor, pero en peor estado de conservación.

En una de sus ajadas páginas, el historiador y testigo de los acontecimientos que en él se narran, escribe: "Cada día, además, las bombas angloamericanas interrumpían los suministros de agua, condenando a la sed a barrios enteros, y de electricidad, paralizando las instalaciones y las líneas de tranvías de la ciudad".

Se refería en esas frases a las severas penalidades sufridas por Roma, en la primavera de 1944, víctima de lo que en su momento se consideró como acertada estrategia por parte de los ejércitos de las principales democracias occidentales en su combate contra las autoritarias potencias del Eje. Ahora, similares tácticas son presentadas como "crimen de guerra" ante nuestros ojos, por medio de la infatigable maquinaria propagandística dependiente de la arquitectura atlantista a la que inevitablemente pertenecemos.

Para quien estima que cualquier guerra que no se limite al ejercicio del derecho a la autodefensa es un delito en sí misma, pocos conceptos se muestran tan brumosos y faltos de lógica como el arriba mencionado. Sin menoscabo de su papel de utilísima excusa al servicio de los poderes hegemónicos, a la hora de ejecutar represalias sobre la élite política y militar de regímenes incómodos, envueltas en un halo de supuesta moralidad y justicia.

Lo cierto es que los ataques sistemáticos a las infraestructuras que surten a la población civil enemiga responden a la toma de conciencia del alto mando ruso acerca de su propia incapacidad para alcanzar a corto plazo la finalidad esencial de la agresión iniciada el año pasado: una victoria terrestre que desemboque en la deposición del gobierno de Zelenski y su sustitución por otro que pliegue de nuevo al país a la amistad forzosa con el beligerante vecino, anterior a 2014. Frente a este propósito, el resto de los objetivos de campaña, no por importantes dejan de parecer secundarios: sea el garantizar la salida de la flota al Mar Negro -y por ende al Mediterráneo- o la ampliación de fronteras mediante la anexión de los territorios díscolos con la actitud rusófoba de Kiev.

Mientras Vladimir Putin trata de debilitar al adversario a distancia, todos empezamos a contemplar con sensación de hastío -y a padecerlo en el nivel de bienestar económico- un conflicto de muy difícil resolución en cuanto a sus causas e imprevisibles consecuencias en caso de prolongarse indefinidamente.

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