SIN espacio para la sorpresa. He ahí la idiosincrasia del seleccionador nacional, el impagable Vicente del Bosque. Ha dado la lista para Brasil y ni ha sorprendido a nadie ni creo que dé pie a las enormes controversias que rodeaba cualquier convocatoria en tiempos pretéritos. Todo es por la forma de ser del señor marqués y, por supuesto, por la ristra de éxitos que jalona la trayectoria del equipo nacional al mando del bonachón salmantino.

Choca, si acaso, no demasiado, que espere a Diego Costa a que se recupere. Desconozco el grado de compromiso del establishment con un futbolista que renunció a su país en beneficio del nuestro, pero no es aconsejable llevarse a un futbolista a medio gas en detrimento de otros que sacaron otras castañas de otros fuegos y que se hallan en plenitud. Son cosas que suelen crear unas reticencias que pueden romper en pelillerías que emponzoñen la convivencia.

Por lo demás, ni un solo pero a la lista. Domésticamente, muy domésticamente, puede doler que Alberto Moreno no esté en el grupo, pero apostar por puestos más determinantes y llevar a un lateral como Azpilicueta que puede jugar en ambos costados está bien. Es lo contrario a lo que Luis Suárez hizo en Italia 90, que apostó por Jiménez y Villarroya cuando con Gordillo mataba dos pájaros de un tiro, pues casi defendía como el primero y subía mucho mejor que el aragonés.

Ha basado también el seleccionador su convocatoria en el conocimiento de los hombres y en la confianza que tiene en ellos. Su contrariedad, no haber podido contar con Jesús Navas, ese clavo al que se agarraba cuando se necesitaba demarrar y en el recuerdo está cómo sacó al equipo de un rincón para generar el gol más importante de la historia de nuestro fútbol, el de Iniesta en Sudáfrica. Ya no va más, Del Bosque inspira confianza y sólo cabe que se acierte y no falle la suerte.